Los hermenéuticos alemanes denominan
“cosmovisión” – Weltanschauung, en su forma original– a la imagen o figura general de su existencia que
cada persona, cada sociedad o cada cultura reconocen como propias.
La cosmovisión está compuesta por las
percepciones, los conceptos y las valoraciones que uno hace sobre su entorno.
Un poeta podría explicarlo mejor si nos dijera que la vida no es como es sino como nos la contamos.
Si una determinada cosmovisión marca la postura
ante todo lo existente, y si define las nociones que un individuo aplica a los
diversos campos de su vida: política, economía, ciencia, religión, ética,
filosofía…, entonces, sin lugar a dudas, define también la postura de un
profesor ante sus alumnos. Por supuesto, sin una cosmovisión determinada no
habría valores que transmitir, conceptos que descubrir, normas que aplicar,
premios que otorgar. Educar es traspasar de una generación a otra el modo de
empleo de la vida, y este modo de empleo tiene bases objetivas. Pero tiene
también muchas, muchísimas, percepciones subjetivas sobre lo que uno puede o
debe hacer. Y ellas se van definiendo a partir de la cosmovisión del maestro.
Acabo de leer, a este respecto, la tesis doctoral
de la pedagoga Alied Ovalle. En ella se abordan los diversos estilos, las
diversas personalidades parentales y su relación directa con el estilo
educativo que aplica cada familia. De alguna manera, la doctora Ovalle pone un
espejo ante los padres y, a partir de su reflejo, dibuja un mapa real de los distintos
estilos educativos, cuyo resultado, por supuesto, influye de manera inevitable
en la escuela. Me ha parecido una aportación muy oportuna porque es evidente
que tal como uno se ve en el mundo, así lo transmite. Lo mejor de
esta clasificación es que no hay buenos ni malos. En el amplio catálogo de
conductas parentales que presenta la doctora Ovalle no hay compartimentos
estancos: podemos reconocer características propias tanto en los estilos
educativos de los padres que admiremos como en aquellos que rechacemos.
Inevitablemente, ha asociado esta idea de los estilos personales con la
forma en que los profesores entendemos la relación con los alumnos y nuestro
propio rol en el aula. Enseñamos tal
como somos, de esto no cabe la menor duda. Transmitimos nuestra pasión, nuestra
emoción o nuestro pesimismo, en forma de curriculum oculto; este es un hecho
más que documentado.
Pero es que, además, el poeta del que hablábamos antes diría que la vida no
es como es sino como nos la contaron.
Wilhelm Dilthey, creador del término Weltanschauung,
sostenía que la experiencia vital de cada ser humano estaba fundada —no
sólo intelectual, sino también emocional y moralmente— en el conjunto de
principios transmitidos por la familia, la sociedad y la cultura en que se hubiera
formado. Las sensaciones y emociones producidas por la experiencia peculiar del
mundo en el seno de un ambiente determinado contribuyen a conformar una
cosmovisión individual. Los profesores transmitimos lo que hemos recibido y a
su vez preparamos a los alumnos para normalizar comportamientos y actitudes que
son de la escuela porque son de la sociedad en que esta se enmarca. Es por
tanto una responsabilidad inmensa, otra más en una tarea cuajada de
responsabilidades. Por eso me parece necesario
que cada uno de nosotros reflexione sobre su desempeño profesional.
Sé como deseas parecer, decía Sócrates. Todos cuantos tenemos el privilegio
de vivir una relación educativa, y de formar parte de la cosmovisión de otros
seres humanos, deberíamos encontrar las directrices necesarias para reconocer
nuestro estilo educativo, reflexionar sobre él y, desde luego, mejorar lo que
sea necesario.