Hace años tuve la
oportunidad de asistir en Valencia a un congreso internacional sobre el papel
de los gobiernos y los agentes sociales. Cuando todavía no se olfateaba en el
aire ni siquiera la palabra crisis, los expertos de aquel foro describieron
para el literal “mañana” una tormenta de dimensiones colosales, que afectaría
mucho más que a la economía, al papel de los estados y de la sociedad. En ella seguimos
inmersos hoy sin encontrar salida. Es una crisis de civilización y de modos de
vida; de las instituciones y su ética; del acuerdo tácito por el cual los
gobiernos protegían a los muy ricos si contribuían a cambio al bienestar social;
de los logros conseguidos en derechos humanos. Incluso es una crisis de la
familia. Pequeños y asustados, los
occidentales de clase media, que vivíamos hasta ahora en el “barrio pijo” del
mundo, comenzamos a atisbar cómo es la cotidianeidad de la mayor parte de la
humanidad.
En este cambio surge cada
vez más fuerte el propio individuo. Hay nuevas formas de interacción con lo que
nos rodea, cada vez más posibilidades de emprender acciones personales, de
opinar, de comunicarse. Y por otra parte, hay cada vez más uniformidad en las
tendencias. Por eso es importante, más que nunca, la manera de ser. Estamos
comenzando a convertirnos en “marcas”, en el sentido de que se sabe quiénes
somos pero además cómo somos, es decir qué rasgos de nuestra personalidad nos
diferencian de los demás. El individuo ya
no forma parte de grupos sino que cada uno de nosotros es un grupo en sí. La
relación entre las personas ya no está basada en la imposición sino en el
cordón umbilical que se tiende entre nosotros. Nos estamos dando cuenta de la
necesidad vital de la cooperación.
Y mientras el mundo se
configura de esta nueva manera, cada uno de nosotros, los docentes, sigue
teniendo sus crisis personales, de motivación y hasta de autoestima, llora sus
lágrimas, escribe su novela. Vemos a nuestros alumnos afrontar su futuro en un
mundo frío, algo desalmado, con pocas referencias. No podemos prever qué
sufrimientos, qué problemas les deparará la vida. Sin embargo, hay algo que
tenemos claro, la salida de esta crisis está en las personas. Por eso, hoy más que nunca es el
momento de la escuela que comprende su auténtico valor. Porque la educación es
el epicentro de la construcción de relaciones personales.
En la escuela, el ajuste
que recortó el número de profesionales y de programas educativos de una manera
tan violenta, se ha convertido en el viento de una verdadera revolución
metodológica e interpersonal que ya está en marcha. Los profesores que la
realizarán- que la estamos realizando ya - hemos descubierto la individualidad
de los alumnos, oculta durante décadas bajo la uniformidad del sistema
napoleónico. Así que, mientras abrimos ventanas tecnológicas al mundo entero, y
nos hermanamos con lugares desconocidos hasta ahora, viajamos también hacia el
interior, hacia la propia esencia. Me parece que cada escuela de hoy comienza a
apreciar que está en un lugar y un momento concretos, rodeados de otros que
también son únicos e insustituibles. La revolución de conseguir una escuela más
autónoma y más libre, que ya no espera soluciones que provengan “de arriba”.
Lejos de los tópicos al
uso y de los lugares comunes del lenguaje, la libertad no consiste en poder elegir entre el bien o el mal. La
libertad consiste en que se puede. Cuando yo, sencillamente,
soy libre para poder, cuando
tengo la posibilidad de poder es
cuando realmente tengo que tomar las riendas de mi vida. Tal vez para escapar
de esta responsabilidad, nos quiere el capitalismo cada vez más clónicos, más
ajustados a los patrones standard de
la OCDE, más adocenados. Pero la escuela sí puede. Y está en
ello. Tanto que me da rabia no tener treinta años. Esta revolución metodológica
e interpersonal es digna de ser vivida desde dentro.
Llega la hora de clase. Hoy también presenciaré un milagro. Como
dice Kierkegaard, las cosas de las cuales se dice que sólo
ocurren cada mil años, son cosas que suceden a diario tan sólo con que exista
el observador. El viento
del cambio sopla de la escuela hacia afuera. Cuando parece que no hay
esperanza, la hay a raudales.