La luz del Mediterráneo refulge en la piel de estos niños de
Gaza, felices por el baño en la mar limpia y fresca. Así, tal como están ellos,
desnudos y concentrados en la certeza de estar vivos, pintó Joaquín Sorolla en
1916, hace exactamente cien años, a unos niños valencianos. El artista plasmó
con sus pinceles la misma infancia, la misma luz, el mismo mar del que beben
estos chiquillos. Sus “Niños en la
playa” gozan, igual que estos, como si la tarde de verano no hubiera de
terminar nunca.
Nadie sabe lo que deparó el futuro a los pequeños bañistas
para quienes el Arte detuvo el tiempo. Si tenían diez años cuando los conoció
Sorolla, tal vez participaron, aún imberbes, en la Guerra de África; al fin y
al cabo el desastre de Annual sucedió en 1921. Si llegaron a la edad adulta,
combatieron sin duda en la Guerra Civil que desangró hasta la extenuación las
dos mitades irreconciliables de aquella España. Tal vez perdieron la vida en
una cualquiera de las mil batallas. De la misma forma, nadie puede saber qué deparará el
futuro a estos niños palestinos, cuyo destino los ha llevado a conocer el
terror de un combate perpetuo en la Franja de Gaza.
Otros niños de esta misma edad, mis alumnos, se iniciaron
durante este curso pasado en la Historia. Lo que más les sorprendió fue la
cantidad de guerras. Uno de ellos, cuando leyó que hubo alguna vez una “Guerra
de los Cien Años” me dijo con los ojitos muy abiertos: “¡Eso debe de ser lo
que llaman el caos!”
Para este chiquillo, que es por cierto bastante revoltoso y
peleón en el patio de recreo, el conflicto es consustancial, porque cada niño
necesita afirmar su identidad y su diversidad frente al mundo. Pero una vez resuelto ese conflicto, ahí está
el mar para reír con el amigo, para salpicar, dar volteretas y hacer aguadillas;
para atragantarse con agua salada de la buena, no de la que brota en nuestras
lágrimas.
La guerra es la sombra que amenaza esta playa de luz; la
quimera que llena de cuerpos rotos el mismo mar en que estos niños se bañan. La
guerra es patrimonio adulto, nuestro empeño y nuestra responsabilidad. Y tal
vez la prueba más palmaria de nuestro pecado original.
No sabemos qué os deparará el futuro, niños de Gaza. Vamos a
respetar vuestro baño como si, al igual que vosotros, creyésemos que esta tarde de verano no va a terminar nunca.
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