Son muchísimos los
docentes que están modificando la manera de enfrentar su trabajo cotidiano.
Tenemos ya, dentro de la escuela, una auténtica revolución metodológica que,
contra viento y marea, ha comenzado a transformar la educación. Puede afirmarse
sin riesgo de error que, a día de hoy, es en las aulas donde surgen a diario
las mejores propuestas de mejora del sistema.
Los profesores
comenzamos a asumir que las características de los alumnos actuales–
heterogeneidad, estímulos externos, cambio de valores familiares- nos obligan a
salir de nuestra “zona de confort” para incorporar las técnicas de inteligencia
emocional y social que constituyen hoy uno de los grandes objetivos del proceso
educativo. La revolución tranquila
quiere crear un clima de seguridad y confianza en el centro educativo frente a
una sociedad muy agresiva con la infancia y la adolescencia. Quiere
apreciar a los alumnos como personas singulares. En el día a día esto se
traduce en favorecer el desarrollo de
sus múltiples inteligencias, ofrecerles clases ricas, flexibles y variadas,
potenciar lo mejor de cada uno, valorar en voz alta los logros y no solo los
fracasos. En palabras del profesor de un IES con el cual he cambiado
impresiones hoy mismo: se trata de que ellos y nosotros disfrutemos en clase.
Por supuesto esta revolución
tranquila supone incorporar las herramientas digitales con criterio, sin
improvisar, sabiendo en todo momento con qué objetivo las empleamos. Nos invita
a adquirir el conocimiento a través de la actividad, de manera que podamos desarrollar
el pensamiento sistemático, la memoria sobre lo significativo y la conexión
entre aprendizajes. Hoy los alumnos aprenden mucho más de lo que nosotros
enseñamos en clase y nuestro reto como docentes es transformar el inmenso
volumen de información en conocimiento y competencia.
Cualquier tiempo pasado
no fue mejor. Quien añore la tarima desde la cual el profesor hablaba sin parar
durante sesenta minutos, debe recordar que buena parte del silencioso auditorio
se dedicaba a hacer pajaritas de papel y aprobaba con “chuletas.”
Confieso que envidio a
los profesores jóvenes que serán protagonistas de este cambio de época. Pero la
avanzadilla, los profesores concretos que ponen ya en práctica la innovación
metodológica un día tras otro, está aquí. Y ya no la forman “los raros” del
claustro; ya constituyen un número considerable y pueden trabajar en equipo.
Estamos inaugurando un movimiento
global que va a mejorar todo el sistema por completo, y en pocos años. Además, lo
hará como tiene que ser: desde abajo.