Raimundo de Madrazo, Travesuras de la modelo. Museo Carmen Thyssen, Málaga.
He visitado Málaga para conocer el
programa educativo del Museo Carmen Thyssen. Es una programación perfecta que
lleva a cabo un equipo de mujeres jóvenes, apasionadas por la educación y
realmente consciente tanto de la importancia de su tarea como del privilegiado
entorno en que se mueven: un museo que es un verdadero tesoro.
Eva, Irene, Sofía, Carmen y el resto del
equipo defienden la importancia de la labor pedagógica en los museos. Yo
también creo que es hoy más importante que nunca. Y así me lo demostraron las
salas repletas de niños y jóvenes, en diálogo con los cuadros. Gracias
a ellos y a las monitoras, el Thyssen de Málaga me pareció un museo extraordinariamente
vivo y feliz.
La Música y las Artes Plásticas siempre
fueron “marías” en la educación española; la Historia del Arte y la Literatura
comenzaron a serlo hace veinticinco años; inmediatamente después siguieron ese
camino la totalidad de las Humanidades: Lenguas Clásicas, Filosofía… Las Artes
Escénicas no perdieron relevancia porque, sencillamente, nunca estuvieron. Hoy, inermes, vivimos tiempos tan
banales, o estamos bajo una égida tan absurda, que la escuela se ha llenado de
palabras como input, output y emprendimiento. Ya no queda lugar para el Arte. Y esto sucede en un
país que tiene un patrimonio artístico inconmensurable y que es la cuna de muchos
grandes. Por eso tiene tanto sentido que sean los propios museos quienes se conviertan en aliados de lo educativo,
El Arte es una necesidad primigenia
del ser humano. Tiene que ver con la verdad, que no es la representación exacta
de nuestra vida sino su esencia secreta. El territorio de la verdad es el de la
intuición profunda, la conciencia, el espíritu, el bien. Allí viven las
emociones, los sentimientos y todo lo que no se ajusta a la definición del
hombre como animal racional. Es el
mismo territorio que ocupa el Arte, que también trasciende por completo la
animalidad y no coincide con las medidas de lo racional ni de lo razonable.
Para explicar qué es una obra de arte, el
filósofo alemán Martin Heidegger pone el ejemplo de un cuadro de Van Gogh,
“Zapatos de campesina”. Un par de zapatos, dice, es ante todo algo útil. Y si
contemplamos los zapatos cuando ella se los quita por la noche, no vamos a
comprender cual es el ser de esos
instrumentos tan útiles. Porque en el interior de esos zapatos están la forma
del pie dolorido de la campesina y su sudor. En la rudeza y solidez de esos
zapatos está la carga del peso de ella. Bajo las suelas está el polvo del
camino, los granos que ha pisado. La
fiabilidad de estos zapatos y lo cómoda que ella se encuentra son llamadas de
la propia tierra que labra. Y estos son valores que la campesina intuye aunque
no los pueda expresar. Ahora bien, ¿cuál es la única manera de comprender esto
para quienes no sean campesinos? La
respuesta es: ver los zapatos pintados en el cuadro de Van Gogh. En los zapatos
reales sólo vemos un par de útiles viejos; en la pintura, el artista nos abre
una ventanita por la que se atisba la verdad del ser, la verdad del trabajo de
la tierra. Esto sucede porque no son un par de zapatos reales sino un símbolo.
Yo he tenido ocasión de comprobarlo en el Carmen Thyssen. Las jóvenes que lo visitaban eran capaces de
ver, en los maravillosos vestidos de las mujeres de Madrazo, una opresión de la
verdadera esencia de la mujer. Y eran capaces de reflexionar sobre cuáles son –
en los tiempos del minishort y no del corsé- los elementos que las oprimen
ahora a ellas.
El Arte
colma la capacidad simbólica del hombre que reconoce en él la expresión de sus
emociones más ocultas. Por eso es una necesidad primigenia. ¿Debe la educación ignorar esa verdad
? ¿Ese poder transformador y curativo? ¿Esa fuerza simbólica?
Tampoco es posible que una sociedad se olvide
de la relación entre las obras de Arte y sus espectadores - es decir, del Arte
como hecho cultural - porque negar a la
generación más joven experiencias relacionadas con su propio origen, con el
bien y con la belleza es empobrecerla injustamente. El Arte necesita un espectador, y solamente
puede serlo quien quiera asomarse a la verdad, quien esté educado para
percibirla. Si contemplamos las obras
de arte desde la indiferencia de quien no ha educado su sensibilidad, se convierten
en simples cosas. Para quien no se deja permear por su valor simbólico, un
cuadro cuelga de una pared como podría colgar una percha. Sin embargo, para
quien sabe verla, una obra de arte es una historia. Y los niños y jóvenes aprecian de corazón, con la
sensibilidad intacta, cualquier acercamiento al Arte. A diario, y enfrentadas a
los recortes presupuestarios, las educadoras del museo lo comprueban y siguen
celebrando esa ceremonia espiritual de la pintura cuando se encuentra con el
alma de un niño.
Desde aquí, toda mi admiración, mi apoyo
y mi afecto para este joven equipo del Carmen Thyssen que se ha empeñado en
acercar a los niños y jóvenes al Arte con mayúscula, a la verdad. La existencia
de un museo solo puede justificarse por su programa educativo. A corto plazo, puede pensarse en llenar las
salas de turistas, pero solo con la educación un museo puede seguir siendo un tesoro
vivo, solo así tendrá razón de ser mañana. Literalmente, mañana.
Enhorabuena de nuevo, equipo del Carmen
Thyssen. Espero que nadie olvide el trabajo tan relevante que desempeñáis.
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