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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



domingo, 26 de abril de 2015

MANIFIESTO DE LA ESCUELA DE LA OPORTUNIDAD


Los profesores estamos llamados a valorar el tiempo no solo como trayecto o como actividad programada según horarios y plazos sino como presente real en el que personas únicas se comunican, se relacionan y crecen con esa interacción. Debemos comprender que la verdadera dimensión del tiempo es aquella a la que los antiguos griegos denominaban Kairós, la oportunidad presente. Así que me atrevo a presentar este Manifiesto de la escuela de la oportunidad con la idea de que resulte inspirador para todos.

 
MANIFIESTO DE LA ESCUELA DE LA OPORTUNIDAD
……………

Creo que el tiempo es mucho más que el paso de las horas. Por eso:

Como docente de la escuela de la oportunidad, seré consciente de que cualquier proceso educativo cuyo fin sea el aprendizaje pleno necesita un tiempo que no puede estar previamente determinado.  Por ello estaré abierto a las modificaciones que exija mi programación y que me indicarán los propios alumnos.

Como docente de la escuela de la oportunidad, planificaré el temario de la manera más rica posible, pero nunca consideraré esa planificación como un fin en sí misma, sino como un medio de organizar las tareas, abierto a la riqueza de la actualidad, a las aportaciones de los alumnos y a la posibilidad de paladear aprendizajes. Así que nunca me consideraré culpable por no haberla cumplido en su totalidad.

Como docente de la escuela de la oportunidad, dejaré tiempo para hacer, para pensar, para leer o conversar, para enriquecer la realidad con las aportaciones de los alumnos. Partiré siempre de sus conocimientos previos. Seré consciente de que ellos aprenden mucho más de lo que yo les enseño, y que su mundo es mayor que la escuela.

Como docente de la escuela de la oportunidad, me esforzaré en aprovechar mi propio tiempo y dejaré también espacio para mis reflexiones diarias sobre la dinámica de clase. Evaluaré mi actitud, aprenderé de mis errores.

Como docente de la escuela de la oportunidad, no convertiré en un tótem al temario, ni a las evaluaciones externas, ni a los libros de texto. Todas son herramientas de un proceso mucho más profundo cuyos protagonistas somos los alumnos y yo, es decir, personas.

Como docente de la escuela de la oportunidad, apreciaré los momentos cotidianos de belleza que me depara la enseñanza. Para ello, miraré los ojos de mis alumnos, escucharé su risa, compartiré su dolor, les tendré cariño, confiaré en ellos. Y cuando alguno de ellos me abra su corazón, agradeceré el privilegio.

Como docente de la escuela de la oportunidad buscaré momentos para compartir con mis compañeros de claustro, sin prejuicios y sin ambages. Me dejaré ayudar. Ayudaré en lo que pueda.

Como docente de la escuela de la oportunidad, atenderé la diversidad sintiéndome  yo también parte de ella. Tomaré conciencia de que diversidad es todo y otorgaré primacía a esa certeza.

Como docente de la escuela de la oportunidad, haré un esfuerzo consciente por conocerme bien. Así sabré cómo es mi propia relación con el tiempo.

Como docente de la escuela de la oportunidad, haré un esfuerzo consciente por tener paciencia. Esa, la que todo lo alcanza.

Como docente de la escuela de la oportunidad, daré importancia a la entrada en clase, a sus rutinas, para crear en los alumnos una percepción de calma y alegría. Esto significa que ellos verán siempre mi entrada en clase como una bienvenida.

Como docente de la escuela de la oportunidad, procuraré cuidar el final de la clase, de manera que no se interrumpa bruscamente sino que haya espacio para preguntar qué se ha aprendido, evaluar aspectos del interés y comportamiento de los chicos y de las actividades. Tendrá que ser a costa de restar tiempo a la cantidad de información que transmito, no hay remedio.

Como docente de la escuela de la oportunidad, cuidaré la duración e intensidad de mis intervenciones y buscaré momentos en los cuales los alumnos puedan elegir – actividades, ritmos, compromisos- de manera que ejerciten su libertad y responsabilidad. Así la dinámica de la clase será verdaderamente educativa.

Como docente de la escuela de la oportunidad, respetaré la dignidad e intimidad de cada alumno, así que primaré la conversación individual con el alumno que no se comporta bien frente a la proclamación de errores y castigos ante la clase. A cada alumno le hablaré a su altura, y con mi actitud ética y justa me convertiré para ellos en una altura a la que llegar.

Como docente de la escuela de la oportunidad, procuraré que mi centro oferte actividades que sean capaces de estirar el tiempo: un huerto escolar, un grupo de teatro, un coro, un taller de artes plásticas… Actividades, en suma, que requieran un ritmo lento para ser efectuadas.

Como docente de la escuela de la oportunidad, haré un esfuerzo consciente por mi propia desaceleración.

Como docente de la escuela de la oportunidad, distinguiré entre los conocimientos esenciales y los superficiales, entre lo instrumental y lo anecdótico, entre lo que debe alcanzar su momento en el curso al que imparto la materia y lo que se repite durante los cursos posteriores. Y después, elegiré.

Como docente de la escuela de la oportunidad, los estándares más valiosos para mí serán los relacionados con la mejora del comportamiento y la actitud porque ellos conllevan una inmediata mejora de las aptitudes concretas. 

Como docente de la escuela de la oportunidad, daré muchísima importancia a la interacción de la escuela con su entorno, a la transmisión de hábitos de respeto al medio ambiente, a la relación con las familias

Como docente de la escuela de la oportunidad, prepararé las entrevistas con los padres como si fueran una escuela de padres. No tendré reparo en incorporarles a las actividades en la medida de lo posible. Tendré en cuenta las aportaciones que pueden hacer los abuelos o los distintos profesionales que configuren el paisaje sociológico de mi aula.

Como docente de la escuela de la oportunidad, procuraré disminuir la presión del reloj sobre mi tarea docente. Así podré disfrutar, reír con los alumnos y no solo enfadarme.

Como docente de la escuela de la oportunidad, dejaré muy clara ante los alumnos la importancia de respetar el tiempo de los demás. Eso incluye la intolerancia a las disrupciones continuas.  Son injustas y el profesor que desee convertir su aula en Kairós está obligado a ser justo.

Como docente de la escuela de la oportunidad, estaré abierto a las iniciativas de mis alumnos, las tendré en cuenta y las incorporaré con gusto. Al fin y al cabo, las riendas de su aprendizaje las llevan ellos.

Como docente de la escuela de la oportunidad, destinaré tiempo a mí mismo, a mi formación y lecturas, a mi integración como miembro del claustro.

Como docente de la escuela de la oportunidad, disfrutaré todo lo posible de desempeñar una profesión llena de sentido, productora de felicidad tal vez como ninguna otra en el mundo.

Porque siendo profesor, siendo profesora, siendo maestra o maestro desempeño la tarea imprescindible, recorro el camino más humano, ofrezco la herencia más valiosa, exploro la fuente de riqueza más necesaria, imagino sueños que duran siempre, hago el mundo mejor.

Sé que como docente yo cambio las vidas y abro futuros, así que comprendo y acepto esta oportunidad, mi Kairós.

 

                                                             

 

martes, 21 de abril de 2015

LA ESCUELA SOLA


 
El asesinato de un profesor por un alumno es un hecho excepcional en España. Sin embargo, en los claustros no lo hemos comentado apenas. Tal vez para convencernos de que la muerte de este compañero no supone un motivo de alarma. O tal vez porque a todos, al escuchar la noticia, se nos ha venido a la cabeza ese alumno callado y taciturno que escribe cuentos tenebrosos y dibuja muñecos gore; ese que está durante muchas horas del día – y de la noche- expuesto a la agresividad que mana desde mil pantallas. Los profesores no sabemos cuándo se desborda el vaso, cuándo la sobredosis de violencia externa y soledad interior muta el juego de un niño en paranoia. Tampoco sabemos cuándo se olvidan definitivamente las consecuencias de los propios actos, aunque convivimos con chicos que crecen en una sociedad de actos sin consecuencias. Y al darles clase, al apuntar uno cualquiera de los límites que la educación pone en la naturaleza del ser humano, los percibimos sobreprotegidos por sus familias en lo banal y abandonados en lo esencial.
¿Qué puede hacer la escuela ante el tsunami de violencia que acompaña el desarrollo psíquico de los niños? Mucho y nada. Mucho si comprendemos que la tarea principal de los docentes es el “traspaso” del modo de empleo de la vida. Aunque se nos apremie para subir puntos en PISA, la docencia es un encuentro personal en el cual alumnos y maestros recorremos un camino ético. Así que ahí estamos, redoblando las iniciativas a favor de la convivencia y la acción tutorial. Ahí estamos con nuestros reglamentos de centro, embutiendo el teorema de Pitágoras entre artículos de la Declaración de los Derechos Humanos.
Pero no podemos hacer nada sin el aporte a la comunidad educativa de profesionales de la psicología, la pedagogía terapéutica, la compensatoria. La crisis se ha llevado la mayoría de los apoyos de los centros educativos. Los que quedan apenas pueden acompañar a los alumnos con dificultades de aprendizaje, y para los que tienen dificultades de relación con los demás queda solo el tutor, a cuenta de su vocación docente. Por cierto, nunca se ha considerado que la psiquiatría infantil deba tener sitio en la escuela.
No podemos hacer nada sin una familia que se implique con responsabilidad en la educación de los hijos. Esa familia también necesita apoyo de la sociedad: mensajes educativos desde los medios de comunicación, menos banalidad, mejores ejemplos públicos, menos violencia estructural. Este muchacho de Barcelona, con trece años, es adicto – así se ha dicho - a una serie de asesinos de zombis rodada con exceso de vísceras y sangre. Mis propios alumnos de doce la siguen con pasión. ¿Por qué no intervenir en casa cortando de raíz estas experiencias? ¿Cómo hacer comprender a los padres que son devastadoras para la mente infantil?
Por último, los centros no podemos hacer nada sin una buena política educativa. Ahora se habla de una mesa para la convivencia escolar. Ya la hubo y nunca se convocaba. Se trata de reconocer la labor en las aulas, de otorgar  a los profesores un rango de valor. Cuando los gobernantes desacreditan la labor docente abren la puerta a una dinámica perversa en la cual la sociedad no respeta, por tanto la familia no respeta, por tanto el alumno no respeta.
Cada año casi cuatro mil profesores denuncian ante el Defensor del Profesor  agresiones, insultos, acoso, soledad. Ellos no son un hecho excepcional. Deberían preocuparnos mucho a todos.
Artículo escrito para el periódico El Mundo

 
 
 

sábado, 4 de abril de 2015

Escuela y diálogo


 
Cuando los antiguos griegos despedían a alguien que emprendía un viaje largo utilizaban esta expresión: Vayas donde vayas, serás una polis. Vivir en una polis significaba emplear las palabras en lugar de la fuerza. El político estaba resuelto a emplear el discurso como medio de persuasión, en busca de un espacio para él mismo y cualquier interlocutor que encontrara en su viaje. 
La filósofa Hannah Arendt enuncia así el sustrato esencial del diálogo: “Si los hombres no fueran iguales, no podrían entenderse ni planear y prever para el futuro las necesidades de los que llegarán después. Si los hombres no fueran distintos, es decir, cada ser humano diferente de cualquier otro que exista, haya existido o existirá, no necesitarían el discurso y la acción para entenderse.
Inmediatamente después del diálogo amoroso con los padres, el ser humano se encuentra por primera vez con “los hombres” en el ámbito escolar. Y allí, conoce también a su primer maestro. Sea joven o maduro, hombre o mujer, el perfil del docente está siempre anclado en la palabra. Los docentes son, sobre cualquier otra consideración, los guardianes del diálogo. El curso escolar enmarca una verdadera oportunidad de diálogo cuyo fin es conectar las vidas de profesores y alumnos y hacerlos crecer como personas. Ahora bien, precisamente porque es un diálogo que personifica, también trasciende las fronteras físicas del aula para modificar la realidad del centro, de su entorno y, de manera trascendente, de la sociedad. Aquí se podría describir, por ejemplo, la solidaridad profunda que el profesorado de la escuela pública está mostrando frente a las dificultades económicas y sociales de muchísimas familias. O tal vez no, porque para mostrar en su totalidad la implicación del profesorado en tantos dramas humanos faltarían las palabras.
Si nos acercamos un poco más a la situación del aula, podemos preguntarnos: ¿qué es dialogar? ¿Se enseña a dialogar? ¿Hay tiempo para dialogar conscientemente? Es sintomática la denuncia de Marc LeBris:La escuela niega la infancia: permite hasta el absurdo la libertad de expresión del niño y luego la desprecia.
Podemos preguntarnos si el diálogo forma parte de la competencia en comunicación lingüística o es más bien una actuación transversal que impregna, orienta y justifica las ocho competencias básicas. Yo creo que esta última respuesta es la adecuada porque el diálogo está en la base de cualquier desenvolvimiento educativo.
Dialogar implica adquirir conciencia de las capacidades propias y del otro;  y encontrar las estrategias necesarias para desarrollarlas en busca de un fin común. Cada interlocutor necesita motivación, confianza en sí mismo y gusto por escuchar, aprender y aportar. Mientras dialoga, debe hacer uso de la atención, la concentración, la memoria, la comprensión y la expresión lingüística; debe obtener información y transformarla en conocimiento. Toda esta parafernalia puede reducirse a pocas palabras: dialogar significa pensar a dos para llegar a un objetivo común, incógnito cuando el diálogo comienza pero resuelto en un destello durante el cual se tiene consciencia de la fraternidad. Si los hombres no fueran iguales…
Para nosotros, los educadores, dialogar con los alumnos y favorecer el diálogo entre ellos significa enseñarles a pensar. Por eso debemos comprender en qué ámbitos se desarrolla el proceso del diálogo educativo.
El primer ámbito es el propio docente que dialoga consigo mismo, porque la acción educativa –ya esta dicho- debe partir de un sustrato ético.
Una vez preparado el ámbito personal, el segundo escenario del diálogo es la interacción con el alumno, que tiene un inevitable componente de verticalidad. Y aquí es donde corremos el peligro de confundir diálogo educativo con monólogo docente. Porque no nos engañemos, no hay nada más fácil de perder que la facultad de dialogar conscientemente, es decir tomando en cuenta la opinión del otro y buscando en todo momento el encuentro de ambos en una conclusión común que no esté impuesta ni forzada. Y para perder la capacidad de diálogo basta con vivir constantemente distraído. A los profesores nos basta con no pensar lo que vamos hacer una vez que crucemos la puerta del aula. En la era de las redes sociales, el diálogo interpersonal debe ser potenciado con una especie de alerta educativa, el deseo consciente de aprovechar cualquier momento para llevarlo a cabo, en la certeza de que los jóvenes aportan valor a la actualidad.
El tercer ámbito de actuación del diálogo educativo es, por irradiación, el entorno de la escuela y la sociedad. Sobre todo en su configuración futura. Educar con el diálogo y para el diálogo es poner los cimientos de una conciencia crítica, de una consciencia de la propia individualidad, de una personalidad con opinión, con iniciativa, con criterio.
 
Pero hay también un cuarto ámbito, el diálogo de la profesión docente consigo misma. Se está propiciando la idea de que los profesores somos técnicos, o maximizadores de resultados. Y esto no es verdad. Nosotros contribuimos a mejorar la sociedad. Para cumplir esta función que nos trasciende debemos estar en condiciones de ejercer un control sobre el sentido, los objetivos y los contenidos de nuestro trabajo. Es decir, debemos dialogar entre nosotros y sobre nosotros. Estamos presenciando cómo se extienden el trabajo en redes y las plataformas de formación o para compartir experiencias. Es un proceso revitalizador. La docencia no es una actividad ensimismada sino dialógica.
Termino con Hannah Arendt una vez más: Lo que hace que valga la pena vivir juntos es que compartamos palabras y hechos. Ya está dicho.
 
Artículo escrito para el periódico Escuela. Está basado en uno de los capítulos de mi próximo libro "Cronos va a mi clase" (PPC, mayo 2015)