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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



jueves, 12 de febrero de 2015

Tiempo de innovación


 
La RAE define “innovar” como “mudar o alterar algo, introduciendo novedades”. Si nos damos cuenta, es una definición tranquila porque no supone destruirlo todo y volver a empezar sino descubrir el elemento que perturba e incidir sobre él. Por eso innovar en educación es algo cotidiano y posible. Se trata de un esfuerzo consciente por hacer algo en clase que no se hacía el día anterior, el curso anterior.

Son muchísimos los docentes que están modificando la manera de enfrentar su trabajo cotidiano. Tal vez se sienten interpelados por una certeza: si un maestro de 1915 despertara después de haber estado dormido durante cien años, encontraría intacta la manera de dar clase porque no ha cambiado en un siglo. A pesar de ello, miles de profesores nos hacen ver que, poco a poco, la tarea docente va modificándose. En primer lugar porque es muy difícil dar la espalda a la sociedad digital, pero también porque los profesores comenzamos a comprender que las características de los alumnos actuales– heterogeneidad, estímulos externos, cambio de valores familiares- nos obligan a salir de nuestra “zona de confort”, aquella en la cual había una tarima desde la que se controlaba y se hablaba a un auditorio silencioso. A día de hoy, si fuera de la escuela casi todo está cambiando, también se va modificando lo que sucede en el interior. Y es precisamente en las aulas donde surgen las mejores propuestas de mejora. A diario.

En este sentido, el profesor José Blas García, de la Universidad de Murcia, ha difundido a través de varias plataformas on line una interesantísima reflexión sobre la innovación que ha titulado sonoramente como “Soy un sinvergüenza educativo”.
 
 
Algunas claves de su propuesta son: cambiar la manera de agrupar a los alumnos en clase. Dejar de lado la distinción tradicional en mesas separadas y situar a los chicos de tres en tres o de cuatro en cuatro, para que interactúen, compartan y aprendan a respetar el espacio de los otros. Al menos una vez al día, realizar alguna actividad grupal, para que encuentren sentido a esta manera de situarse y se sientan miembros relevantes de una unidad intermedia entre el pequeño individuo y la gran clase. Formar grupos equilibrados, heterogéneos en la medida de lo posible pero sobre todo pensando en cada alumno y en lo que puede aportar y recibir de los demás.  Asignarles roles pero respetando el margen de actuación y dejando tiempo para que la primera solución a cualquier conflicto parta del propio grupo. Esto implica esperar y observar antes de intervenir al primer impulso, al estilo tradicional. Estas y otras muchas propuestas acercan el aula al aprendizaje colaborativo, una de las claves de la enseñanza activa e innovadora. Para José Blas García – y también para mí- es la mejor manera de favorecer el dominio de las técnicas de inteligencia emocional y social que constituyen hoy uno de los grandes objetivos del proceso educativo.

Por supuesto esta innovación tranquila supone perder el miedo a las herramientas digitales. No podemos negar ni su existencia ni su impacto en la vida de los chicos así que debemos incorporarlas con criterio, sin improvisar, sabiendo en todo momento para qué. Creo que ese para qué de las TIC es más importante que el cómo.

Innovar es también incidir en los valores personales sin despreciar el conocimiento, preparando bien las sesiones y planteando ejercicios que desarrollen el pensamiento sistemático, la memorización y la conexión entre aprendizajes.  Es el tiempo de que los alumnos sean los protagonistas. Innovar es dedicar tiempo al diálogo con ellos, crear un clima de seguridad y confianza, que el aula sea un lugar en el que estar a gusto y comportarse con sinceridad. Debemos conocer no solamente su nivel de aprendizaje sino sus deseos, sueños e intereses. Así seremos mejores profesores porque adecuaremos las clases a esos intereses y, en la medida de lo posible, los satisfaremos.

Innovar es también apreciar a los alumnos como personas singulares. En el día a día esto se traduce en favorecer el desarrollo de sus múltiples inteligencias, ofrecerles clases ricas, flexibles y variadas, potenciar lo mejor de cada uno, valorar en voz alta los logros y no solo los fracasos. En fin, dejarse llevar por Agustín de Hipona, un pedagogo que lleva veinte siglos en vanguardia: “La educación que no viene motivada por el amor, desprestigia a la persona del educador y no beneficia a los educandos.” No es la primera vez que lo más innovador es lo más clásico.

La innovación tranquila comienza a asomar tímidamente pero con pasos seguros en las aulas. Y no lo ha hecho por donde hubiera podido ser más previsible: no ha venido de la mano de las tecnologías, tampoco como consecuencia de grandes proyectos: leyes educativas, estudios pedagógicos...  Son los docentes concretos quienes la ponen en práctica un día tras otro, y esa es una cuestión distinta al grandilocuente proyecto;  esencialmente va de trabajo pequeño, convencido y valorado.

Las grandes mareas son simplemente olas que llegan incansables a la orilla, unas tras otras. La oportunidad de la innovación educativa es como esas olas. Está incidiendo ya sobre muchos centros, así que el docente que acepte esta dinámica puede estar seguro de colaborar en un verdadero movimiento de cambio educativo global que puede impregnar la educación de tal manera que, como ha afirmado en muchas ocasiones el profesor José Antonio Marina, todo el sistema cambie a mejor y por completo en cinco años. 
 
Artículo escrito para el periódico Escuela.

 

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