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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



miércoles, 17 de septiembre de 2014

PANORAMA DESDE EL AULA


 
Desde la ventana de mi aula- cuarto de Primaria de un colegio público de barrio en Madrid- se ve a lo lejos un inmenso esqueleto, una rueda de hormigón y acero que oculta el horizonte. Quiso ser un edificio emblemático, nada menos que la Ciudad de la Justicia, pero se quedó a medias y ahora no es más que el injusto recordatorio de un proyecto faraónico. Uno más de este periodo reciente durante el cual todos los deseos políticos pudieron hacerse realidad porque el dinero público no era de nadie.

Si, aún con ese horizonte en la retina, contemplo mi aula ventana adentro, reconozco con tristeza los recortes en educación que han sido la consecuencia del despilfarro previo de millones de euros. Ventana adentro, condeno a esa abortada ciudad de la justicia, a los aeropuertos fantasmas y a las cuentas corruptas. Por culpa de ese desenfreno mi centro no cuenta este curso con el imprescindible especialista en Audición y Lenguaje. Por culpa de ese desenfreno, en mi centro –que escolariza en cada aula al menos a tres alumnos de integración- compartimos con otros muchos un solo especialista en Pedagogía Terapéutica, a razón de un día para cada colegio del distrito. Así que, si el panorama de mi vista viaja desde la Ciudad de la Justicia hasta el centro del aula, solo puedo pensar que esta pequeña escuela pública de barrio, situada apenas a diez kilómetros de la Carrera de San Jerónimo, se encuentra sin embargo a años luz de las actividades de los fabricantes de políticas.

Sin embargo, si mi mirada inicia su recorrido en el propio centro, el panorama no es pesimista en absoluto. En la sala de profesores de este pequeño colegio habita un claustro de titanes. Como está sucediendo en todas partes, sus profesores son capaces de tomarse como un reto que haya dos leyes de educación en vigor de manera simultánea, a pesar de las dificultades de organización, de que aún no han llegado los libros y de que apenas hay pautas para programar. Pero nada de eso importa porque hay unas maestras y unos maestros capaces de asumir la desaparición de los ciclos en la enseñanza primaria y seguir programando actividades conjuntas; profesionales que no dudan en apuntarse a seminarios de formación, que preparan proyectos de mejora y de innovación, que se reúnen para pensar, que salen del aula agotados cada día y entran felices al día siguiente. Todos los profes imparten- impartimos- clase en varios cursos, vigilamos tres o cuatro recreos por semana, apoyamos a los alumnos y nos apoyamos unos a otros. Los tutores y docentes de cursos LOMCE se devanan los sesos para adaptarse a una nueva ley que cae desde lo alto como un chaparrón de esos que encharcan sin refrescar, pero ni se desaniman ni protestan. Y yo, con toda humildad, intento seguir su ritmo y aprender mucho de ellos.

El panorama desde mi aula, por tanto, está lleno de confianza en los profesionales de la enseñanza pública. He leído hace pocos días una frase brillante que no comparto. Dice así: los docentes tienen tanta libertad para desempeñar su tarea como el conductor atrapado en un atasco la tiene para elegir la música que va a poner en el radiocasete. No me gusta ese pesimismo destructivo. Está claro que hay dificultades,  una burocracia que constriñe, recortes en ayudas imprescindibles que nunca llegan y que están relacionadas siempre – no se dude- con el capital humano. Pero hay también libertad porque la comunicación educativa es un camino ético, un modo de estar en el mundo. Convivir con los alumnos al cien por cien de la capacidad de cada profesor, dando lo mejor de nuestro presente por su futuro, es una opción embriagadoramente libre. Es la opción de la docencia, la nuestra.

Comparto, esta vez de corazón, un pensamiento de José Antonio Marina: la inteligencia práctica es la cumbre de todo el despliegue intelectual, y es la inteligencia necesaria para educar. Así que, en pleno uso de la porción de inteligencia práctica que me haya correspondido, me propongo dar la espalda en la medida de lo posible al fantasma de la Ciudad de la Justicia y mirar con orgullo a mis alumnos y a mis compañeros de claustro. Las cuentas sobre el despilfarro las pediré en el recto uso de mis opciones como ciudadana, pero en otro ámbito.

Si mi mirada recorre el aula de cuarto de primaria se encuentra con la mirada de un niño.

Feliz curso nuevo a todos.

  (Artículo escrito para el periódico Escuela)