BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



martes, 24 de junio de 2014

Tres de cada diez de nuestros alumnos viven bajo el umbral de la pobreza


El informe anual de UNICEF desvela una realidad que los docentes conocemos muy bien: un 27% de los niños españoles viven por debajo del umbral de la pobreza. La cifra es tan escandalosa que hay que repetirla para creerla: casi tres de cada diez niños españoles malviven, pasan hambre a diario y frío durante nueve meses del año, sufren falta de higiene, están expuestos a enfermedades, a abusos y desamparo. Eso significa vivir bajo el umbral de la pobreza. 
Hay miles de docentes implicados en esta realidad, muchos de ellos en la enseñanza pública. Los hay pagando de su bolsillo becas de comedor, comprando libros, colaborando voluntariamente, pero su voluntad de servicio no puede ocultar la realidad: el Estado está devorando a la sociedad a la que sirve para garantizar su supervivencia como estructura. Es impresentable que estén desapareciendo los servicios sociales mientras se mantiene vivo el artificio de los gastos suntuarios, y que los responsables públicos sirvan- BOE en mano- a los propietarios del dinero, y permanezcan ajenos a la realidad social que se sitúa bajo ellos. Alguien debería advertir a los políticos que cuando ese Estado gigantesco devore por completo a la sociedad, su función habrá terminado. Y entonces será inservible para los dueños del dinero, y desaparecerá también. 
Lamento el tono apocalíptico de este post pero es que el informe de UNICEF me ha indignado. La única manera de progresar es actuar contra este avance dramático de la pobreza, con acciones individuales, por supuesto, pero sobre todo como sociedad y como Estado. 
Reproduzco ahora la información del periódico El Mundo. Al final está el enlace para firmar la iniciativa de UNICEF sobre un Pacto de Estado por la Infancia.
Un país con menos niños cada año y esos niños cada vez más pobres. Un país donde la intervención del Estado no es capaz de atajar la pobreza infantil. Un país donde 2.306.000 niños (un 27% de la infancia) viven bajo el umbral de la pobreza. ¿Un país con futuro?
El informe anual de Unicef pinta un escenario repleto de desigualdades en España que desvela la incapacidad del Estado para proteger a los niños y la brusca reducción de los recursos destinados a la infancia. De esta forma, España es el segundo país de la Unión Europea, tan solo superado por Grecia, en el que menos capacidad tiene la intervención del Estado (mediante transferencias sociales) para reducir la pobreza: sólo 6,9 puntos frente a otros países como Irlanda que llegan a reducirla en 32 puntos.
En un informe de la Comisión Europea realizado por expertos independientes se asegura que "la situación en Rumanía, España, Bulgaria, Grecia e Italia es particularmente preocupante. De hecho, estos países combinan las tasas más altas de pobreza infantil (entre el 26 y 35%) y el más bajo impacto de las ayudas sociales sobre ellas (del 16 al 35%)".
Si se lograron ciertas mejoras hasta el año 2010, el vendaval de la crisis se ha llevado por delante, en los últimos tres años, 6.370 millones de euros de la dotación presupuestaria destinada a la infancia. De tal forma que el torbellino de la recesión ha golpeado mucho más fuerte a las familias con hijos que a las que no los tienen. De hecho, en un millón de familias con niños todos los adultos están desempleados, una cifra de hogares que se ha triplicado desde 2007.

Falta de solidaridad institucional

Unicef da un tirón de orejas a las administraciones públicas por cruzarse de brazos ante esta situación y no echar apenas ningún capote a las familias en apuros. Mientras la crisis ha demostrado la enorme capacidad solidaria de las familias (muchas de ellas sostenidas únicamente con las pensiones de los abuelos), esta solidaridad no se ha visto reflejada en ningún momento en la atención social y en la inversión pública de las administraciones.
La CE advierte: 'la situación en Rumanía, España, Bulgaria, Grecia e Italia es preocupante'
No sólo no hay ayudas, sino que, según los economistas Olga Cantó y Luis Ayala, autores de una investigación promovida por Unicef, "el sistema español de impuestos y prestaciones ha sido tradicionalmente uno de los menos efectivos en redistribuir las rentas familiares de toda la Unión Europea".
El informe destaca que en España el esfuerzo en ayudar a las familias con hijos es el más bajo de toda la Unión Europea y sólo representa el 0,5% del PIB frente al 1,4% de la media europea.
Para reducir la pobreza infantil, según las investigaciones de Cantó y Ayala, una de las herramientas más efectivas son las ayudas económicas directas a las familias con niños: "De los 27 países de la UE sólo seis no cuentan con un sistema universal de prestaciones por hijo a cargo, entre ellos España, y todos ellos están entre los 10 países con mayores tasas de pobreza infantil".

Pacto de Estado

Para Unicef es necesario un cambio de tendencia y un Pacto de Estado por la Infancia que luche contra la pobreza infantil y la inclusión social de la infancia, con medidas como establecer una ayuda universal por hijo a cargo de 1.200 euros anuales, al igual que sucede en muchos otros países europeos. También reclama una apuesta decidida por una educación de calidad que incluya propuestas contra las fuertes tasas de abandono y fracaso escolar que hay en España.
La ONG lanza así una llamada de atención ante el peligro de que se empiece a instalar la percepción de que los niños molestan, de que en la crianza no hay ningún reconocimiento social sino un castigo o de que tener hijos conlleva grandes obstáculos en la carrera profesional y una sobrecarga de responsabilidades.
Unicef quiere además combatir la idea de que la pobreza de los niños es exclusivamente responsabilidad de su familia. A su juicio, "el Estado también debe implicarse en el bienestar y los derechos de los niños porque los niños son, también, un asunto de Estado".

miércoles, 18 de junio de 2014

Brotes verdes





Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. Es Antonio Machado, claro está. Sin poder remediarlo, he recordado este maravilloso poema al contemplar la agónica tierra seca del estado indio de Assam, en la que aún son capaces de mantenerse vivos, como por milagro, algunos brotes verdes.


A veces, cuando apagamos la televisión después de ver los informativos, nos parece que vivimos en un desierto pedregoso de fealdad y corrupción, y que por mucho que busquemos no encontraremos ningún justo en nuestra particular Sodoma. Sin embargo, los brotes verdes permanecen vivos a nuestro alrededor, surgiendo por doquier, y estamos obligados a verlos, a hablar sobre ellos, a amarlos.


Brotes verdes son los niños: su ternura, su mirada limpia, su capacidad para perdonar nuestros errores, nuestras prisas, nuestra dureza adulta. Brotes verdes son los viejos, que aunque no lo digan en voz alta, suelen ser conscientes de que se les van desprendiendo las pequeñas mezquindades y se les va acercando la grandeza del misterio. Brotes verdes son esos sesentones en buena forma que sostienen a la familia entera con su pensión y su energía. Y los veinteañeros enamorados, para los que parece haberse inaugurado el mundo. Brotes verdes son los maestros y las maestras vocacionales. Son los cirujanos que operan durante ocho horas con la vida de un ser en sus manos y no pierden la concentración ni la minuciosidad. Y las enfermeras que sonríen ante todos los lechos. Brotes verdes son los voluntarios que conservan una ingenuidad regeneradora, a prueba de desilusiones. Hay brotes verdes en el campo y la ciudad, en el AVE y en el metro. Los hay en las universidades y en las parroquias; en las cafeterías y los asilos. Hay más vida que muerte, más honradez que corrupción, más belleza que fealdad.


De nuevo nos ayuda el poeta. Con él, cada mañana al despertar podríamos decir:
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

miércoles, 11 de junio de 2014

SINDICATOS

 

Foto: mis compañeros de ANPE Las Palmas han llamado con mi nombre a su sala de formación. Es uno de los mayores regalos que he recibido.


Durante un buen número de años, he formado parte de los órganos de gobierno del sindicato ANPE. Los cuatro últimos, como vicepresidenta de la organización. En este tiempo he tenido el honor de representar a decenas de miles de docentes – los que confían en ANPE- ante la administración educativa y en los medios de comunicación. Algunas veces, al defender las condiciones laborales frente a los recortes, y la dignidad de la docencia frente a declaraciones hostiles de políticos y tertulianos, he comprendido que representaba al profesorado de la enseñanza pública en su totalidad. La responsabilidad me parecía enorme y a la vez profundamente motivadora.

Mi primera actuación sindical fue luchar, con otros representantes del profesorado, porque se mantuviera abierto el CEPA de Hortaleza. Y ahí sigue, iluminando el barrio. Desde entonces, y en el marco del trabajo sindical, he estudiado las normas y leyes educativas, desmenuzándolas para presentar, junto con el resto de mis compañeros de ANPE, propuestas de mejora ante la administración y en los foros de representatividad. He estado en la primera fila de innumerables manifestaciones de protesta. He tenido la satisfacción de ver cómo se lograban – después de semanas de negociación- acuerdos que mejoraban las condiciones del profesorado; de conseguir que se pusieran o quitaran frases en normativas, algo a primera vista simple pero que suponía una diferencia enorme en el resultado de las mismas. Al igual que mis compañeros de ANPE de toda España, me he dedicado a atender a profesores, a orientarles en el laberinto administrativo. Les he acompañado en sus actos de adjudicación de vacantes, en sus problemas, ante la Inspección, en homenajes por la jubilación… Estuve presente el día que nació el Defensor del Profesor y sentí la emoción de conectar con una necesidad real de los claustros. Di la cara por la autoridad docente y la mejora de la convivencia escolar, banderas de ANPE, y a estas alturas ya nadie las discute. Participé de la esperanza ante aquel Pacto de Estado por la Educación que tuvimos en la punta de los dedos y en estos últimos años he vivido la desesperación de ver cerrados los cauces de diálogo, de perder sueldos, derechos y tantas otras cosas. Por supuesto, he participado de los debates internos en ANPE, en busca siempre del equilibrio y la coherencia en las actuaciones; de la independencia como condición esencial. He sido, por tanto, algo profundamente incomprendido y denostado. He sido liberada sindical.

Pero, al igual que todos los delegados de ANPE, soy profesora de la enseñanza pública. Me llega el momento, libre y vital, de regresar al aula. Esta decisión, que me devuelve al origen de mi vocación, cierra un periodo fructífero de mi vida. Por eso, después de haber defendido a la enseñanza pública y sus docentes con todas mis fuerzas, quiero defender, por una vez, a los representantes sindicales. Sigo el consejo de una compañera de otro sindicato que me decía hace pocos días: no te vayas sin hablar de nosotros. Y “nosotros” son todos los sindicatos de educación, para los que guardo un enorme respeto.

La representación de los trabajadores a través de sindicatos es una pieza fundamental de la configuración democrática, y esta condición no puede olvidarse ni siquiera en un momento de descrédito general de las instituciones. Los sindicatos de educación constituyen el único cauce formal de representación de un importantísimo colectivo profesional. Son una voz elegida a través del voto directo, respaldada por la afiliación, que actúa como contrapunto ante el legislador y le recuerda la necesidad de escuchar con atención a los profesores, actores principales del proceso educativo. Esta responsabilidad que asumen los representantes sindicales se lleva a cabo desde posiciones distintas, como corresponde a la libertad democrática, pero siempre con seriedad. Dentro de los sindicatos se trabaja a tiempo completo y se realiza un esfuerzo considerable de servicio que consiguió mejoras importantísimas durante treinta años y está preparada para luchar por ellas otra vez.

Desafortunadamente, en nuestro país no existe una cultura de la sindicación como en otras democracias más veteranas, en las cuales elegir a los representantes forma parte imprescindible de la actividad laboral. Pero no deberíamos olvidar que cuando la administración presenta sus iniciativas frente a organizaciones respaldadas por cientos de miles de trabajadores, se ve obligada a actuar con más cautela, con más respeto. Y ese equilibrio es la aportación de los sindicatos a la sociedad democrática.

Pronto volverán a celebrarse elecciones sindicales en la enseñanza pública. Es importante participar en ellas, otorgar solidez a los delegados que van a representarnos ante la administración. Cuantos más votos, más alta es la voz, más sólida es la fuerza. La abstención, la indiferencia, nos perjudican a todos.

A partir del mes de septiembre seré maestra en un colegio público. Una maestra sindicada. Y desde la satisfacción de reconocer un abanico democrático de posibilidades, votaré a ANPE. Sé que mis compañeros continuarán esforzándose por la independencia, por la coherencia. Sé que me van a informar, me van a defender, van a llevar mi voz a todos los foros, a todos los despachos. De antemano les doy las gracias.