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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



jueves, 13 de marzo de 2014

Evaluar la práctica docente



El próximo mes de junio se presentará una nueva edición del informe Talis de la OCDE, esta vez dedicado a la evaluación de la práctica docente. Un pequeño avance de este informe, presentado por el INEE, permite atisbar diferentes prácticas: desde una evaluación minuciosa en algunos países - en los que incluso tienen voz las familias de los alumnos- hasta la ausencia de evaluación en otros. Es curioso constatar que algunos países no informan a los docentes sobre el resultado de sus evaluaciones y que en muchos de ellos este resultado no tiene incidencia sobre la promoción profesional.
 
El estudio presentará una consulta a los docentes sobre algunos criterios susceptibles de ser evaluados: la relación con los alumnos, el conocimiento de la materia que se imparte, la gestión del aula, las prácticas docentes, la disciplina y conducta, la relación con los compañeros de claustro, las observaciones de los alumnos, la evaluación presencial de la práctica concreta en el aula, la innovación, los resultados académicos de los alumnos, las actividades extraescolares, las de desarrollo personal, la atención a la diversidad o las tasas de promoción de los alumnos. Son criterios muy distintos, con un grado de subjetividad muy variable. Será interesante saber, por ejemplo, quién evalúa y cómo la relación con los compañeros: ¿se realiza una encuesta abierta? ¿Anónima? ¿Sobre la participación en las actividades? ¿Sobre la simpatía?
 
Apunta también una polémica que ha llegado hasta nosotros: evaluar la tarea docente por los resultados de los alumnos. Es un asunto complejo porque, si es verdad lo que dicen otros famosos informes sobre la influencia del nivel sociocultural de la familia en los resultados académicos, podríamos llegar, entre unos porcentajes y otros, a la conclusión de que los mejores docentes trabajan en los mejores barrios. ¿No sería más razonable marcar el punto de partida de cada niño o niña y observar su progreso? No en vano es precisamente el criterio “relación con los alumnos” el más valorado por los propios docentes del estudio Talis como ítem básico de su evaluación profesional.

La práctica docente implica la participación activa, respetuosa y consciente en unos procesos complejos relacionados con la comunicación humana. Implica también, por supuesto, participar de la dimensión social y comunitaria de la escuela con generosidad y altura de miras; pero sobre todo implica asumir y aceptar un enorme desafío ético que se pone en práctica ante los alumnos, sus familias y el centro educativo de manera constante, cada día durante toda una vida profesional. Estos aspectos esenciales de la labor docente, que deben ser objeto cotidiano de autoevaluación, son a cambio difíciles de evaluar de manera objetiva. Si cualquier desempeño profesional es una invitación a la perfección, la responsabilidad consustancial a la docencia convierte esta invitación en una de las más exigentes. Por eso una descripción de criterios evaluables se quedará siempre corta y parecerá banal.

Sin renunciar al componente de subjetividad, me atrevo a proponer aquello en que me gustaría ser evaluada para mejorar, ya que la mejora de la práctica docente debe ser el fin primordial de esta evaluación. Por ejemplo, me gustaría ser evaluada en la capacidad de adaptación a la realidad concreta del aula. Esto implica: el interés en la formación inmediata como respuesta a los requerimientos del grupo de clase; la colaboración profesional estrecha y cotidiana con los compañeros que imparten clase en el mismo nivel; la disponibilidad para modificar y adaptar los materiales escolares y la metodología a los alumnos concretos; la capacidad para crear y mantener un “clima” de clase que contenga estabilidad en cuanto al orden y la disciplina y un estado de ánimo gozoso ante el proceso de aprendizaje. En segundo lugar, en la profundidad del conocimiento sobre los alumnos. Un docente debería conocer el entorno externo de cada alumno, elaborar un mapa de la sociabilidad del grupo, enumerar las fortalezas y las debilidades de todos. También en la preparación previa de los temas, es decir en la anticipación profesional a lo que va a suceder en clase; en la cantidad y calidad de la comunicación con las familias; en las aportaciones concretas a las dinámicas del centro; y en la implicación en la mejora de la convivencia del centro.

La responsabilidad de una evaluación con gran componente subjetivo debería estar a cargo de la Inspección Educativa, cuyo compromiso ético sería, en este caso, la objetividad. Y los criterios que he expuesto deberían ser también los empleados por los inspectores: conocimiento de la realidad concreta de cada centro, de manera que el proceso evaluador no fuera rígido y tuviera en cuenta el entorno en el cual cada docente desempeña su tarea; profundidad en el conocimiento personal de los docentes y no solo de los equipos directivos; cantidad y calidad en la comunicación con cada profesor; disponibilidad y orientación; flexibilidad para la resolución de los problemas concretos; aportaciones a la dinámica de los centros, sugerencias de mejora, implicación en la mejora de la calidad educativa de cada centro.

La clave de la evaluación docente está en el trabajo conjunto entre los diversos estamentos. Y por supuesto, en el marco de la confidencialidad, un profesor debe conocer el resultado de su evaluación porque tiene el derecho y el deber de mejorar su tarea profesional; y ese resultado debe contribuir al desarrollo de una verdadera carrera profesional, con incentivos económicos y administrativos, que permita ascender verticalmente en las distintas enseñanzas, o especializarse horizontalmente en lo que uno quiere y sabe hacer mejor.

La evaluación docente puede ser motivadora o frustrante, efectiva o inútil. Conviene acertar.

 

miércoles, 12 de marzo de 2014

Dónde hay un niño

                                                                                  Foto: un niño de la calle en Perú.

En mitad de la calle, tirado sobre el asfalto de la ciudad gris, rodeado por la indiferencia de los transeúntes que corren llevando en los brazos las bolsas con las últimas compras en las rebajas, hay un niño.
En el campo de refugiados, polvoriento y atroz, en mitad de un pasillo entre las tiendas de lona que usan como viviendas, sobre el canalillo donde desaguan el estiércol, hay un niño.
Entre las ruinas del pueblo destrozado por la guerra, refugiado bajo el arco de piedra que durante siglos sostuvo la cúpula de una iglesia, temblando de miedo al francotirador que abatió hace un momento a su madre, hay un niño.
En la fábrica de ropa barata, bajo el vaho de los productos químicos, curtiendo los pulmones en el aire irrespirable, sin comida y sin escuela, hay un niño.
En el ordenador del sujeto incalificable que ha abusado de su inocencia y le ha destrozado el futuro, hay un niño.
En el cuarto de los juguetes de la mansión de lujo, rodeado por todos los caprichos pero utilizado como sparring de boxeo para el odio de sus padres, hay un niño.
En el burdel donde trabaja su madre atendiendo a los turistas que se presentan allí para agotar experiencias, hay un niño
En el vientre de la ejecutiva que cometió un error y ahora solo quiere librarse como sea del absurdo embarazo, hay un niño.
En la salita de estar donde un borracho pega una paliza a su esposa, como cada día desde hace ya más de ocho años, hay un niño.
En la unidad de oncología del gran hospital, con la cabecita afeitada y la esperanza en los ojos para iluminar la desesperación de sus padres, hay un niño.
En los titulares de prensa, en las cifras de las tragedias, en las estadísticas de las pérdidas, de las catástrofes, de las promesas incumplidas por los políticos, hay un niño.
En el primer lugar del paraíso, junto a las manos de Dios, hay un niño.

En nuestro corazón, en nuestros insomnios, en nuestras manos, en nuestra voz debería haber un niño.