Os animo a dedicarle 18 minutos.
BIENVENIDOS
Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.
martes, 18 de febrero de 2014
Goya 2014 al mejor corto de animación. De educación, de vocación.
Una de las más bellas historias sobre la vocación docente que he visto nunca.
Os animo a dedicarle 18 minutos.
Os animo a dedicarle 18 minutos.
sábado, 15 de febrero de 2014
15 de febrero: Día Internacional del Cáncer Infantil
Hace unos años tuve el honor de entrevistar a Blanca López Ibor, directora de Oncología Infantil del Hospital de Madrid Montepríncipe, para mi libro "Contigo aprendí".
Hoy, Día Internacional de Cáncer Infantil, es buen momento para recordar sus palabras. Espero que sirvan como homenaje a los profesionales que se vuelcan en esta realidad, a los niños y a sus familias.
E de esperanza
Blanca
López Ibor habla sobre la esperanza.
“En
el aceptar hay mucha esperanza.
A
partir de aceptar puede reconstruirse toda una vida.”
La unidad de oncología pediátrica está
llena de colores, de dibujos y fotografías de niños, de enfermeras y
voluntarias serenamente alegres, y de familias serenamente tristes. Aquel día,
un niño calvo jugaba a las construcciones con su padre, tumbados los dos en el
suelo. Otro niño, Tito, de diez años, y su padre, nos miraban con una dignidad
doliente, inolvidable. Dos parejas con sus hijas charlaban y reían en una
esquina. Un adolescente guapo y flaco, y
sus padres, que esperaban, se levantaron en cuanto nos vieron para abrazar a mi
amiga y contarle buenas noticias. Ella me iba mostrando todo; yo saludaba y
sonreía, cada vez más consciente de estar visitando un planeta mágico e
intenso.
Blanca habla de la esperanza desde la
experiencia de quienes entrenan para la alta competición de la vida. Su
intuición es la de los grandes pensadores que han hablado de esta virtud a lo
largo de los tiempos. La esperanza nace de la fe, nace del amor. Y a la vez
alimenta a una y otro. Se cree y se confía porque se tiene esperanza, se ama
con esperanza.
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Por eso, aunque sea ya una frase
hecha, no tratamos enfermedades sino enfermos, y sobre todo tratamos familias,
porque ella también enferma. El sufrimiento repercute sobre los padres, sobre
los abuelos – que sufren por sus hijos y por sus nietos-. Yo no tuve claro cómo
era la relación con los abuelos, por las circunstancias de mi propia familia, y
es algo que he aprendido aquí.
¿Cómo se vive la vuelta al colegio?
El
trabajo, claro… Será uno de los mayores problemas.
Me ha
alegrado el elevado porcentaje de niños
que se cura.
Pero también están los que no se curan.
Encontrar el sentido de la vida, que
es lo que más nos importa.
Las experiencias que yo he tenido con
familias monoparentales o con familias de homosexuales no es tan buena, es muy
compleja. Sin embargo, el sufrimiento une. Sólo separa a quién esté previamente
separado. Une porque da sentido a la vida, a la familia.
Sin duda es una prueba para
encontrarle sentido a vivir en familia también.
Nosotros vemos cambiar a los padres
desde el día que los conocemos y es muy bonito.
Y el artífice de todo esto es un niño.
Es que vas corriendo detrás de un niño, porque los niños no tienen
autocompasión, no se dan pena, no tienen necesidad de que les acaricies el lomo
y les digas pobrecitos. No, no. Los niños nos enseñan a sufrir con mucha
dignidad, con mucha esperanza, con mucha fuerza. Y sabiendo lo que les pasa.
Pero no se miran al ombligo, siguen interesados por las cosas, miran al
exterior. Su punto de vista te llena de esperanza.
Porque los niños miran al futuro.
¡Porque son el futuro! Y ¿quiénes
somos nosotros para quitarles eso? Hay padres que no quieren llevar a sus hijos
enfermos al colegio pero, ¿por qué? Si crees que tu hijo se va a curar, si
apuestas por su vida, hay que educarlo. En todos los sentidos. Si no, estará
curado pero será un delincuente. Recuerdo una niña que traté, espectacularmente
bonita, que era modelo. Sus padres tenían una vida muy rota y muy difícil. La
niña tenía leucemia y cambió mucho su aspecto físico, perdió el pelo, y como su
vida estaba fundamentada en la apariencia física, sufrió mucho. Se curó pero
tuvo problemas serios de conducta. Tuve que decirle a su madre: has recogido lo
que sembraste. Con los hijos y con todo, uno recoge lo que siembra: cariño si
hay cariño, valores si hay valores.
Claro, la felicidad no está aislada en
una burbuja, nace del sentido de la vida.
Si digo que la felicidad es un estado
del alma es porque le has encontrado un sentido a toda tu vida. A la vez siendo
conscientes de que estamos en un terreno sagrado, en el que podemos hacer mucho
bien pero también mucho daño. Podemos hacer heridas que sean muy difíciles de
curar, porque se han de curar de dentro a afuera. Yo cada vez intento andar con
más cuidado para nunca herir voluntariamente, pero no podemos olvidar que
estamos tocando a las personas en su estado de máxima fragilidad, de
indefensión más absoluta. Y nosotros mismos estamos muy frágiles porque también
sufrimos. Sufrimos por compasión, con el otro, y nos acercamos así. Yo intento
entrar en las habitaciones de puntillas y no, aunque sea habitual en los
médicos, como un elefante en una cacharrería. Porque todos los días me cuesta
abrir la puerta de una habitación en la que hay un niño enfermo. Antes, hago un
ejercicio de reflexión, de saber dónde estoy entrando. Y si es la habitación de
un niño que se está muriendo, para mí es como entrar en una iglesia en la que
hubiera un sagrario abierto. No encuentro otra manera mejor de explicarlo.
Porque junto a un niño agonizante está la presencia de Dios de un modo
evidente, lo puedes tocar, lo puedes palpar, lo puedes ver. Todos lo ven. Pocas
veces he encontrado en mi vida unos padres que no sean capaces de ver esto, que
estén tan encerrados, tan encerrados en sí mismos que se lo pierdan. Yo creo
que este es otro de los privilegios de nuestro trabajo, si lo quieres ver y no
te lo pierdes. Yo me lo he perdido muchos años, ¿eh? Porque no te creas que soy
una mística de toda la vida. En mis tiempos de estudiante de medicina iba a
burlarme buscando el alma en las autopsias. “¿Dónde suponéis que está el alma?”,
le decía a los otros médicos. Yo vengo de ahí, de pensar que no somos más que
células. Esa etapa yo ya la he pasado. Pero he aprendido a enfrentarme a la
vida, a la vida de verdad. Porque dicen que la verdad no existe, pero de
momento es verdad que nos vamos a morir. La muerte forma parte de la vida,
aunque en los hospitales la escondemos como si no existiera y hablamos de exitus para contar que se nos ha muerto
un enfermo. Sin embargo, no hay otra profesión en la que se viva día a día la
incertidumbre como la vivimos los médicos, y la inseguridad de no saber curar a
un enfermo. Conocer nuestros límites nos angustia, porque nos educan para ser
omnipotentes.
Sin embargo, una vez que conoces los
límites puedes soltar los brazos. Si nosotros no soltamos los brazos, los
padres no los van a soltar, pero esto no significa rendirse.
Significa
aceptar.
Así es. Y en el aceptar hay mucha
esperanza. A partir de aceptar puede reconstruirse toda una vida. Por supuesto
que nos revolvemos y nos frustramos, porque las tormentas están ahí, pero tú
estás centrado. Me gusta contar la historia de una médica del hospital que hace
submarinismo, y buceando en el fondo del
mar en Indonesia, no se enteró del tsunami.
Es un buen ejemplo de cómo puede haber un estado de paz dentro de ti aunque
estés rodeado de tormentas.
Hay entre las voluntarias del
hospital, una madre que perdió a su hija de un tumor cerebral y es una persona
que irradia paz. Los padres que no conocen su historia le dicen: “bueno, pero
tú no sabes lo que es el sufrimiento”. Ella sonríe y no dice nada. Pero cuando
se enteran ven en ella un motivo de esperanza, esperanza en encontrar también
algún día paz en el alma.
Encontrar
la paradoja de la esperanza: que tu sufrimiento sea tu fuerza
Y sobre todo encontrar todo el amor
que hay en medio del dolor. Algún día escribiré un libro que se llame “Sólo el
amor podría llamar a una tortuga Veloz”. Y es que tuvimos aquí a un niño al que
le regalaron una tortuga la misma mañana del día en que murió, y cuando le
preguntaron cómo se iba a llamar la tortuga, él que casi no podía hablar dijo
con un hilillo de voz: Veloz. Un sabio y un entendido la habrían llamando Tenaz
o Tesón. Sólo el amor y la esperanza podrían llamar a una tortuga Veloz. Un
niño ve cosas que nosotros no vemos, y habla del amor que vive. Yo sólo puedo
hablar de estas experiencias que tengo la suerte de ver a diario.
Una vez viví una situación en este
mismo despacho, de unos padres que no paraban de pelearse, porque el matrimonio
es muy difícil, muy complicado, y su niña estaba aquí dándonos a todos una
lección de vida impresionante, desahuciada desde hacía ocho meses por otro
hospital, y nos miraba con unos ojos limpios, impresionantes. Y los padres
estaban aquí delante de ella, a bofetadas. Miré a la niña, miré a los padres, y
no pude resistir decirles: “la verdad, si yo fuera ella y os viera así, haría
ya tiempo que me habría marchado. Si esta niña está aquí es para algo”.
Descubrir el sentido de la vida, como
se hace aquí, te hace comprender lo poco que importa que se rompa la lavadora.
Te hace comprender que lo único que importa en la vida es el amor y la
esperanza que nos trae.
La esperanza te mueve porque te mueve
el amor. No hay amor sin esperanza porque sólo así pueden las cosas cambiar,
mejorar, durar. Y dentro de ella hay mucha generosidad. Para la vida, la
esperanza es una hermana mayor. Tienes que llenarte de ella porque sólo puedes
dar a los demás lo que tú tengas.
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La esperanza es una actitud
empoderante ante la vida. Con Blanca la hemos visto desde su lado más intenso
pero sirve para las rutinas de cada día. Se puede transmitir a los hijos una
actitud esperanzada, optimista, si establecemos los cimientos en la confianza y
en el amor, de los que nace. Confianza para hablar de todo y escucharles todo,
confianza en que vamos a ser siempre veraces con ellos y confianza en sus
propias capacidades. Amor para educarles bien.
La esperanza sustenta también el
diseño de un proyecto de vida, con objetivos para los que se deban poner en
juego las capacidades. Una vez más vemos a los valores conectados entre sí,
como en una red. Fortalecer un valor
empoderante es apuntalar todos los demás.
Los hombres morimos, pero no hemos
nacido para la muerte sino para estar permanentemente comenzando. En lo
cotidiano, o después de un vuelco inesperado; después de una caída o de un
éxito, tenemos la certeza de este continuo comienzo. Esa es la esperanza.
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APUNTES
Blanca López Ibor
es Licenciada en Medicina y Cirugía, y Especialista en Pediatría por la
Universidad Complutense de Madrid, y Especialista en Hematología y Oncología
Pediátrica por la Universidad de Maryland (USA).
Es también
Doctora en Medicina por la Universidad de Barcelona, Doctora en Bioética por la
Cátedra de la UNESCO y Máster en Filosofía.
Ha obtenido un número considerable de becas y premios, ha publicado decenas
de libros y artículos sobre oncología pediátrica y es miembro de las más
prestigiosas asociaciones profesionales españolas y americanas en el campo de
la oncología pediátrica, como la American Society of Pediatric
Hematology and Oncology, la International Society of Pediatric Oncology,
la Sociedad Española de Oncología Pediátrica y la American
Academy of Sciences.
Comenzó su
actividad profesional en 1986 como médico adjunto de la SS en el Hospital
del Niño Jesus de Madrid, en Oncología Pediátrica. En 1988, pasó a desempeñar
el puesto de responsable de la Hematología y Oncología Pediátrica en el
Hospital General de Cataluña, y desde 1994 es responsable de la misma
especialidad en el Centro Médico La Zarzuela.
Desde 1999 hasta
2006 fue jefe de la Unidad de Hematología-Oncología Pediátrica del Hospital de
San Rafael, y en la actualidad desempeña el mismo cargo en el Hospital de
Madrid- Montepríncipe.
Ha sido profesora
de genética molecular en la Universidad de Barcelona y del Máster en Medicina
de Urgencia en la Universidad Complutense de Madrid.
Desde 2000 hasta
2004 fue Presidenta de la Junta Provincial de Madrid de la Asociación Española
contra el Cáncer y ha colaborado con el Ministerio de Sanidad en la redacción
del Plan Nacional del Cáncer (2004-2006)
jueves, 6 de febrero de 2014
OPOSICIONES
Desde que el Estado señaló la
cifra del 10% como tasa de reposición de efectivos docentes, la oferta de
empleo público ha bajado hasta mínimos que ya, en muchas comunidades autónomas,
equivalen a la desaparición. No se convocan apenas oposiciones a los Cuerpos
Docentes, es un hecho.
El mecanismo es perverso: el Gobierno, con una ligereza
inusitada y una falta de visión de futuro preocupante, no permite reponer nada más
que una de cada diez vacantes del profesorado producidas por las jubilaciones,
los traslados o los abandonos. Este 10% de la tasa de reposición es un
porcentaje tan exiguo que no puede cubrir las necesidades mínimas del sistema
educativo: ajustar las plantillas, renovar los efectivos y cubrir las vacantes.
La mayoría de las comunidades autónomas afirman que para eso, nada y acumulan
las plazas en una hipotética “buena oferta” posterior que permanece hasta ahora
en el ámbito de los deseos.
Mientras tanto, la realidad de los centros y la
legislación vigente obliga a cubrir las otras nueve vacantes, por supuesto, y
el sistema se satura de profesorado interino, un colectivo necesario en su
medida justa pero, no lo olvidemos, vulnerable y en situación de precariedad
laboral, cuya legítima aspiración es consolidar su empleo y por eso se acercó a
la función pública.
Desde que no se convoca suficiente oferta de empleo público
docente, en comunidades autónomas como Extremadura, por ejemplo, se ha
duplicado la tasa de interinidad. En Cantabria hay centros educativos en los
que cada año toda la plantilla es completamente nueva y algún profesor me ha
llegado a decir: “el primer día no sabemos ni siquiera dónde se encienden las
luces.” ¿Es compatible esta situación con la promulgación y desarrollo de una
ley que lleva en su título las palabras “mejora de la calidad”? Cuando las
palabras “calidad educativa” llenan la boca de los responsables políticos y los
titulares de prensa, hay que decir alto y claro que sin una amplia oferta de
empleo público docente no hay calidad educativa posible.
Ante el hecho de que no se están
convocando oposiciones en muchas comunidades autónomas, conviene hacerse
algunas preguntas: ¿Supone esto un ahorro para la administración en momentos de
obligado control del gasto público? No. Siguiendo
la Directiva
1999/70/CE relativa al Acuerdo Marco sobre trabajo de duración determinada, los
funcionarios interinos tienen que percibir las mismas retribuciones (sueldo,
trienios, sexenios, complementos…) que los funcionarios de carrera y las plazas
de docencia directa se tienen que cubrir para atender la demanda educativa. No
hay diferencias económicas entre convocar y ejecutar oferta de empleo o seguir
con interinos. Lo que hay es más empleos precarios y menos derechos,
sencillamente.
Otra pregunta: ¿Merece la pena
convocar oposiciones cuando se pueden ofertar tan pocas plazas? Claro que sí, aunque
me consta que los representantes del profesorado a veces caemos en el error de firmar
la no convocatoria. En primer lugar porque las personas que accedan a la función
pública, sean las que sean, lograrán consolidar su empleo en momentos tan
difíciles como estos; en segundo lugar porque no es de recibo que las administraciones
autonómicas, a las que le viene de perlas ahorrarse los problemas técnicos de
cada convocatoria, ignoren directrices de Estado ante el silencio de un
Ministerio poco capaz de liderar y coordinar el marco de su responsabilidad.
Tampoco es razonable la excusa de que se desordenan las listas de interinos
porque, aunque haya que comprender las distintas situaciones del colectivo, lo
que se está jugando el profesorado interino es nada menos que formar parte de
la función pública, una aspiración a la que tiene derecho.
Voces interesadas
parecen alertar a los interinos de los riesgos de convocar pocas plazas y les
animan a aplaudir la falta de convocatoria sin hacerles comprender que
prolongar su situación de precariedad es algo parecido a lo que suele llamarse
“pan para hoy y hambre para mañana”. El profesorado interino debe estar
informado de la auténtica verdad: se está fragilizando el empleo docente a sus
expensas. Los interinos nunca podrán desaparecer porque siempre serán
necesarias las sustituciones, pero debe ser un colectivo cuyo número se ciña a
proporciones razonables para que la mayoría de las plantillas docentes estén
ocupadas por miembros de la función pública. ¿Qué proyecto educativo, qué
sentimiento de pertenencia a un claustro puede desarrollar quien cada nuevo
curso cambia de destino? Y por otro lado, ¿qué garantías de permanencia tienen
hoy los interinos?
Hay otra pregunta más, destinada
al Ministerio de Educación y a las Consejerías: ¿Por qué no se puede gestionar
la educación con sentido común? Es imprescindible que la oferta de empleo
público docente reponga todas las plazas vacantes después de ajustar las
plantillas y sacar todas las plazas a concurso de traslados. Es necesario abrir
una horquilla de máximos y mínimos para la tasa de reposición que permita a las
comunidades autónomas adecuarse a sus distintas realidades. El Ministerio debe
coordinar y liderar la oferta de empleo y velar porque haya oposiciones en
todas las comunidades. Convertir a los docentes en un colectivo más vulnerable
aún es un error que puede costar muy caro al sistema educativo.
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