BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



martes, 18 de febrero de 2014

sábado, 15 de febrero de 2014

15 de febrero: Día Internacional del Cáncer Infantil



Hace unos años tuve el honor de entrevistar a Blanca López Ibor, directora de Oncología Infantil del Hospital de Madrid Montepríncipe, para mi libro "Contigo aprendí".
Hoy, Día Internacional de Cáncer Infantil, es buen momento para recordar sus palabras. Espero que sirvan como homenaje a los profesionales que se vuelcan en esta realidad, a los niños y a sus familias.



E de esperanza

 

Blanca López Ibor habla sobre la esperanza.

 
“En el aceptar hay mucha esperanza.

A partir de aceptar puede reconstruirse toda una vida.”

 
Una mañana fría y soleada, de las que hacen famoso el cielo de Madrid, estuve en el Hospital Montepríncipe para hablar con Blanca López Ibor sobre la esperanza. Me acompañaba una amiga del alma, que es voluntaria de la Asociación Española contra el Cáncer.

 La unidad de oncología pediátrica está llena de colores, de dibujos y fotografías de niños, de enfermeras y voluntarias serenamente alegres, y de familias serenamente tristes. Aquel día, un niño calvo jugaba a las construcciones con su padre, tumbados los dos en el suelo. Otro niño, Tito, de diez años, y su padre, nos miraban con una dignidad doliente, inolvidable. Dos parejas con sus hijas charlaban y reían en una esquina. Un adolescente guapo y flaco,  y sus padres, que esperaban, se levantaron en cuanto nos vieron para abrazar a mi amiga y contarle buenas noticias. Ella me iba mostrando todo; yo saludaba y sonreía, cada vez más consciente de estar visitando un planeta mágico e intenso.

 Mi amiga me presentaba como “escritora”. En un momento aparte, el padre del adolescente se me acercó y me dijo: “si escribes sobre este lugar no te olvides de decir que está lleno de ángeles”.

 Blanca López Ibor es, evidentemente, la jefa del equipo de ángeles. Una gran personalidad en el campo de la oncología pediátrica por sus conocimientos científicos pero también por su visión del niño enfermo como persona con necesidades globales  y, sobre todo, con futuro. Blanca y su equipo piensan en la educación del niño durante el periodo de la enfermedad para que sea capaz de transformar la experiencia en valores empoderantes, que le sirvan cuando esté curado. Esta visión de futuro es su Máster en Esperanza.

 Blanca habla de la esperanza desde la experiencia de quienes entrenan para la alta competición de la vida. Su intuición es la de los grandes pensadores que han hablado de esta virtud a lo largo de los tiempos. La esperanza nace de la fe, nace del amor. Y a la vez alimenta a una y otro. Se cree y se confía porque se tiene esperanza, se ama con esperanza.

 Y como los momentos álgidos de la vida sólo se pueden superar con un “salto de altura”, Blanca habla también de la Esperanza y de la Fe.

 He reproducido sus palabras con la mayor fidelidad. Sin embargo, no he podido reflejar la intensidad de su testimonio, la pasión con la que habla de su vocación y la presencia física y real de la trascendencia, que nos rodeaba en el hospital aquella mañana y que es imposible describir.

 
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 Blanca, acabo de visitar la unidad  y ya comprendo que no vamos a hablar de la esperanza en que me toque el “gordo” de la Lotería.

 No, claro está. La esperanza de la que vamos a hablar es la Esperanza con mayúsculas, que tiene cara y ojos. La acabas de ver ahora mismo, estabas delante cuando he presentado a los padres de una niña que está enferma de leucemia, los de otra niña que ya está curada. Han podido proyectar la cara de su hija en la de esta otra niña, han visto cómo será su hija dentro de unos años, y esa es la cara y los ojos de la esperanza. Este es el primer modelo de esperanza que vivimos aquí.

 Pero tenemos además una esperanza más profunda, que no se sostiene sobre los hechos concretos sino que se fundamenta en lo que es de verdad una persona. Una persona desde el sufrimiento. Es muy bonito, muy importante y muy fácil descubrir la esperanza en los niños, que son pura esperanza. Si hay algo que es esperanza, es un niño, sano o enfermo. Pero también es importante ver la esperanza en los padres: ver el sufrimiento y cómo la esperanza dentro del sufrimiento sirve para darle un vuelco a éste.

 Todas las personas que trabajamos aquí, lo hacemos con esperanza, porque vemos éxito todos los días. Según la estadística, el 76% de los niños de esta unidad se cura del cáncer - en términos generales el 75% de los niños de los países desarrollados se cura-  y nuestro objetivo ya no es sólo curarle sino ver cómo se cura, qué se va a obtener del proceso, qué adulto va a ser. Nuestro objetivo es que lleguen a ser adultos sanos, en lo físico, en lo psíquico, en lo social  y en lo espiritual. Y realmente es posible llegar a conseguir un adulto sano en todos esos aspectos. ¿Qué les caracteriza? Pues que el propio sufrimiento les ha hecho descubrir lo que es importante en la vida. En general quieren dedicarse al cuidado de los demás: médicos, enfermeras, cuidadores de juventud, y ese tipo de cosas. Yo tengo pacientes que ya están incluso casados.

 
Vuestro papel es más complejo entonces de lo que podría parecer.

 Bueno, quimioterapia la da cualquiera. Y si me apuras, el diagnóstico también. Pero para intentar llegar a lo que estamos diciendo hace falta un equipo de gente que ponga al niño en el centro, que esté a su lado y al de su familia, y que aporte todo lo que pueda, desde el aspecto médico al del voluntariado, a esa familia. De esto nos hemos ido dando cuenta: lo que significa que la vida dé un vuelco de este calibre, que algo así haga parar y volver a empezar una vida que estaba ya organizada con el trabajo, los hijos, el colegio… Y empezar desde el dolor más profundo que se puede sentir, que es el de la enfermedad grave de un hijo. Es dolor, miedo, impotencia, pensar “me cambiaría por él”, es dejar la vida de tu hijo en manos de terceras personas en las que no te queda más remedio que confiar. Y tener que echar a andar por ese camino.

 
Es duro incluso imaginarlo. Y, ¿qué tiene que sacar una familia de su bagaje para afrontar una situación así?

 La familia tiene que hacer algo tan concreto como comprender el sentido de la vida. Yo soy una persona que ha pasado por muchas experiencias vitales, y una de las más profundas fue poner una mañana los pies sobre el suelo frío y decir: ¿qué estoy haciendo yo aquí? ¿Qué sentido tiene mi vida? Por eso les digo a los padres que cuando les pase a ellos lo mismo, al poner los pies en el suelo frío de la mañana, vean que tienen el inmenso privilegio de acompañar a un hijo en el camino más duro. Parece que no, porque tendemos a desmitificarlo, pero es de verdad duro. Se dan situaciones de inmenso sufrimiento. Yo las comparo a la película “La vida es bella”. El padre ayuda al hijo a pasar el campo de concentración como un juego, pero el niño sabe que no es un juego, sabe donde está y al final, se gana el tanque. Bueno, pues aquí todos se ganan el tanque, pero eso no les quita los momentos de miedo.

 
¿Cómo lo hacéis desde el punto de vista práctico?

 
Empezamos considerando a los padres como parte del equipo. El niño conoce la enfermedad como nosotros, conoce su diagnóstico, luchamos porque confíen en que nunca les vamos a engañar, en que si algo duele, les vamos a decir que duele y que el dolor se pasará. La Confianza con mayúsculas se gana con la confianza con minúsculas, lo mismo que se gana la Esperanza a través de esperanzas pequeñas. A todos se les informa, se les cuenta, se les explica el proceso. Y les decimos que si se quedan en la unidad es porque quieren quedarse. Comienzan el camino con sus hijos.

 
¿Y todas las familias lo entienden así?

 
Con sinceridad, tener una familia estructurada ayuda mucho al niño. Una familia desestructurada es un problema porque, si a veces el niño sano se usa como arma arrojadiza, el enfermo, con más razón. Ante el niño enfermo siempre hay sentimientos de culpabilidad: hay algo que no hice, algo que no vi.  O eso de ya te dije que al niño le dolía y no le hiciste caso… Ese te lo dije, que pasa todos los días en cualquier familia, duele mucho en momentos como éste. Unos padres unidos, aunque vayan desacompasados, porque nunca se vive igual como padre que como madre, se organizan mejor. Cada uno tiene que asumir su papel porque seguramente hay que ocuparse también de otros hermanos. Nosotros procuramos que el niño vaya a dormir a casa todo el tiempo que sea posible, porque ese momento de reunión por la noche, de estar con sus hermanos, es fundamental para un niño enfermo. Y los mismos hermanos pierden mucho miedo a lo que está pasando cuando le ven entrar por la puerta. Procuramos que el niño nunca esté solo, ni siquiera cuando está en la UVI, y vamos andando paso a paso.

 
Un camino que se va andando cogidos de la mano…

 Tenemos en la unidad un psicólogo infantil que ha trabajado en Estados Unidos en unidades de oncología pediátrica. Recuerdo que cuando vino le pregunté: ¿Te parece importante que nos conozcamos bien a nosotros mismos? Me dijo: . Y yo le pregunte: Y eso, ¿cómo se hace? Empezamos hablando así y entendí que él se dedicaba justo a lo que yo quería: que los niños y los padres descubran que dentro de nosotros están las herramientas necesarias para enfrentarnos al sufrimiento. Y que esas herramientas son los valores. Él ayuda a descubrir que todos tenemos valores, y que hay dentro de nosotros algo que nadie puede tocar. Es uno de los principios que seguimos.

Por eso, aunque sea ya una frase hecha, no tratamos enfermedades sino enfermos, y sobre todo tratamos familias, porque ella también enferma. El sufrimiento repercute sobre los padres, sobre los abuelos – que sufren por sus hijos y por sus nietos-. Yo no tuve claro cómo era la relación con los abuelos, por las circunstancias de mi propia familia, y es algo que he aprendido aquí.

 Así empezamos, integrando la enfermedad en la vida cotidiana de una familia. ¿Es un disparate? Pues, a lo mejor. Pero es lo que hacemos. Y la vida normal es que el niño vaya al colegio. Así que lo mandamos al colegio en cuanto podemos y, si no, metemos el colegio aquí.

 

¿Cómo se vive la vuelta al colegio?

 Para un niño enfermo que vuelve al colegio con un aspecto físico cambiado, que vuelve sin pelo, o en silla de ruedas, o con muletas, encontrarse de repente con sus compañeros es con frecuencia muy duro y difícil. Aunque los profesores preparen a la clase, no preparan a los mayores que machacan a los pequeños. Por eso queremos meter al colegio aquí y meternos nosotros en el colegio, a través de videoconferencias, enseñando el hospital, para que vean a los niños, explicando lo que es la unidad para que pierdan el miedo. Es un proyecto muy interesante que hemos puesto en marcha. Porque, de hecho, volver al colegio es la primera esperanza de un niño enfermo. Volver a casa y al colegio es un motor de esperanza, y luchamos porque pueda conseguirse cuanto antes. Y para los padres, volver a la normalidad es volver al trabajo.

 
El  trabajo, claro… Será uno de los mayores problemas.

 Uno de mis grandes sueños es la conciliación entre la vida laboral y la familiar, que es un tema importantísimo. La Ley de Dependencia es tan ridícula como que te mandan a alguien para que te cuide el niño y así tú te vayas a trabajar. Pero con un niño enfermo, que necesita a su padre o a su madre, no puede ser así. Tiene que ir otro a trabajar por ti. Yo lucho por una baja maternal que dure lo que el tratamiento del niño, que no es el mismo en una leucemia que en un tumor cerebral o en un tumor óseo. Colaboro con una asociación que se llama Familia y Trabajo, que se ocupa de esto. Esta misma mañana me he levantado redactando con el pensamiento una carta para la Presidenta de la Comunidad de Madrid. Porque, ¿qué se puede hacer ahora? Pues pedir una baja por depresión, que no sólo es una mancha en tu expediente sino un fraude, o pedir una excedencia que es algo que no todos los padres se pueden permitir. Los políticos me contestan desde la mediocridad del “bueno, pero entonces habría que hacerlo para todos”. Pues a lo mejor sí, pero de momento para los enfermos de cáncer.

 
Es evidente que habría que priorizar, pero muchos países europeos contemplan esto. Si crees que yo puedo ayudarte en algo…

 Pues tal vez sí, y seguramente por eso estás aquí y lo del libro no es más que una excusa.

 
Me ha alegrado  el elevado porcentaje de niños que se cura.

 El cáncer se cura. Esto hay que decirlo porque muchos médicos no lo dicen. Y cuando se cura, se cura. Y precisamente porque se cura, hay que apostar por el niño y hay que seguir educándolo sin sobreprotegerlo. Todos los que somos padres, al tener un bebé en brazos pensamos qué será el día de mañana. Pues cuando un niño enferma, eso sigue siendo así multiplicado por mil.

 
Pero también están los que no se curan.

 
Hay un 25% de niños que mueren de esta enfermedad. El otro día, una de las psicoterapeutas del equipo me dijo: “Blanca, tú no te das cuenta, pero lo que haces es ayudar a morir cuando se ve que ya no hay salida, que es entonces tan importante como hubiera sido curarlos”. Un niño no muere igual aquí que en otro hospital y ese trabajo empieza el primer día. Hay enfermedades que por su gravedad son incurables, y los médicos no lo curamos todo. Pero eso no quita para que el camino sea vital, de arrancarle a la vida todo lo que tiene. Porque entre otras cosas, nunca sabemos si se va a curar o no. Eso no está en nuestras manos. Nosotros somos instrumentos y debemos hacerlo lo mejor que sabemos, con el mejor cariño y la mejor capacidad, aunque no podamos hacerlo todo. Con los niños que no se curan, y que poco a poco se van dando cuenta ellos mismos, y por supuesto nosotros y sus padres, de que el camino no va a tener vuelta atrás, hay también mucha vida. En la fase de los cuidados paliativos hay una trayectoria, no comienzan en un día. Cuando no podemos curar hay muchísimo que podemos cuidar. Si ponemos en una balanza los riesgos y los beneficios de un tratamiento, y los riesgos son mayores, vamos suprimiendo tratamiento, pero durante ese tiempo seguimos trabajando igual. Aunque haya que desplazarse a su casa para cuidarle y atenderle durante la fase de agonía.

 Y cuando un niño se va al cielo, sus padres quedan aquí. Hoy en día te puedo decir que saco la fuerza para venir a trabajar de lo que me han enseñado los padres que han perdido a sus hijos. La esperanza de que van a volver a encontrarse con ellos, la esperanza de que a pesar de todo la vida vale la pena, de que si les hubieran dicho cuando los tenían en brazos y eran bebés: tu hijo tendrá un tumor cerebral a los ocho años y no sobrevivirá a él, a pesar de todo no hubieran cambiado ni un segundo de la vida de sus hijos.  Eso es lo que da sentido a mi trabajo. No tanto el enfermo que tiene todas las posibilidades del mundo de curarse sino el comprender que, aunque no se curen, todo esto vale la pena, todo esto tiene un sentido. Ellos me lo han enseñado.

 
Encontrar el sentido de la vida, que es lo que más nos importa.

 A veces me da la sensación de que vuelo mucho, que “trascendentalizo” mucho, que voy muy a las ideas, pero en realidad soy muy práctica y sobre todo muy terca, muy de “si no lo veo, no lo creo”. Y esto lo cuento como la anécdota de la chaqueta roja.

 Tenemos un grupo de padres – lo llamamos Verduritas porque empezamos tomando una parrilla de verduras en un restaurante - que se reúne cada quince días y son amigos del alma. Es la mejor definición que se puede dar porque van unos tirando de otros, en medio de un inmenso dolor, de una inmensa pena y de una enorme Esperanza.  Y entre las subidas y bajadas de ánimo de unos y otros te vas dando cuenta de que la felicidad es un estado del alma. Bueno, pues una madre que había perdido a un hijo en un accidente y quería unirse a nosotros porque se sentía muy mal, se encontró por la calle con una de las madres del grupo y estuvieron charlando. Pasó el tiempo y se organizó una cena en Navidad. Allí le pregunté a la madre del chico que había tenido el accidente: ¿por qué te uniste a Verduritas? Pues porque me encontré por la calle con esta otra madre y llevaba puesta una chaqueta roja, y pensé: ¿cómo puede vestir de este color quien ha perdido a un hijo? Mientras me estaba contando esto, se miró y se dio cuenta de que ella misma llevaba puesta esa noche una chaqueta roja.  Es una manera muy sencilla de poner en palabras lo que allí vivimos.

 Si yo alguna vez he dudado en poner en práctica algún tratamiento concreto porque había pocas posibilidades de curación, estos padres, sin saberlo, me dicen: sigue adelante, sigue intentándolo con todas tus fuerzas porque tu deber es aplicar tu ciencia, tu cerebro, tus conocimientos, para intentar curar a nuestros hijos, y nosotros nos ocuparemos del resto. Y eso sólo se hace en el contexto de una familia.

Las experiencias que yo he tenido con familias monoparentales o con familias de homosexuales no es tan buena, es muy compleja. Sin embargo, el sufrimiento une. Sólo separa a quién esté previamente separado. Une porque da sentido a la vida, a la familia.

 

Sin duda es una prueba para encontrarle sentido a vivir en familia también.

 
Nosotros vemos cambiar a los padres desde el día que los conocemos y es muy bonito.

 
Los ves cambiar desde la desesperación a la esperanza.

 
Efectivamente. Desde la cara constreñida y gris de los primeros días a la luz y la sonrisa que les impulsa a ayudar a otros padres a comprender que esto es posible, que no es una locura. Lo mejor es verlos, conocerlos, que te lo cuenten. Es un privilegio para mí porque yo conozco a los padres en el momento en que el sufrimiento les hace sacar lo mejor de ellos. No es como si les conociera porque van a pedir una hipoteca. Yo veo desde el primer momento su profundidad. Y asistir al cambio desde la desesperanza – o desde la desesperación en algunos casos- a la esperanza de intuir que todo tiene un sentido es también un privilegio. Nunca entenderemos el porqué pero el para qué se va vislumbrando a lo largo del camino.


Y el artífice de todo esto es un niño. Es que vas corriendo detrás de un niño, porque los niños no tienen autocompasión, no se dan pena, no tienen necesidad de que les acaricies el lomo y les digas pobrecitos. No, no. Los niños nos enseñan a sufrir con mucha dignidad, con mucha esperanza, con mucha fuerza. Y sabiendo lo que les pasa. Pero no se miran al ombligo, siguen interesados por las cosas, miran al exterior. Su punto de vista te llena de esperanza.

 

Porque los niños miran al futuro.

 
¡Porque son el futuro! Y ¿quiénes somos nosotros para quitarles eso? Hay padres que no quieren llevar a sus hijos enfermos al colegio pero, ¿por qué? Si crees que tu hijo se va a curar, si apuestas por su vida, hay que educarlo. En todos los sentidos. Si no, estará curado pero será un delincuente. Recuerdo una niña que traté, espectacularmente bonita, que era modelo. Sus padres tenían una vida muy rota y muy difícil. La niña tenía leucemia y cambió mucho su aspecto físico, perdió el pelo, y como su vida estaba fundamentada en la apariencia física, sufrió mucho. Se curó pero tuvo problemas serios de conducta. Tuve que decirle a su madre: has recogido lo que sembraste. Con los hijos y con todo, uno recoge lo que siembra: cariño si hay cariño, valores si hay valores.

 

Claro, la felicidad no está aislada en una burbuja, nace del sentido de la vida.

 
Si digo que la felicidad es un estado del alma es porque le has encontrado un sentido a toda tu vida. A la vez siendo conscientes de que estamos en un terreno sagrado, en el que podemos hacer mucho bien pero también mucho daño. Podemos hacer heridas que sean muy difíciles de curar, porque se han de curar de dentro a afuera. Yo cada vez intento andar con más cuidado para nunca herir voluntariamente, pero no podemos olvidar que estamos tocando a las personas en su estado de máxima fragilidad, de indefensión más absoluta. Y nosotros mismos estamos muy frágiles porque también sufrimos. Sufrimos por compasión, con el otro, y nos acercamos así. Yo intento entrar en las habitaciones de puntillas y no, aunque sea habitual en los médicos, como un elefante en una cacharrería. Porque todos los días me cuesta abrir la puerta de una habitación en la que hay un niño enfermo. Antes, hago un ejercicio de reflexión, de saber dónde estoy entrando. Y si es la habitación de un niño que se está muriendo, para mí es como entrar en una iglesia en la que hubiera un sagrario abierto. No encuentro otra manera mejor de explicarlo. Porque junto a un niño agonizante está la presencia de Dios de un modo evidente, lo puedes tocar, lo puedes palpar, lo puedes ver. Todos lo ven. Pocas veces he encontrado en mi vida unos padres que no sean capaces de ver esto, que estén tan encerrados, tan encerrados en sí mismos que se lo pierdan. Yo creo que este es otro de los privilegios de nuestro trabajo, si lo quieres ver y no te lo pierdes. Yo me lo he perdido muchos años, ¿eh? Porque no te creas que soy una mística de toda la vida. En mis tiempos de estudiante de medicina iba a burlarme buscando el alma en las autopsias. “¿Dónde suponéis que está el alma?”, le decía a los otros médicos. Yo vengo de ahí, de pensar que no somos más que células. Esa etapa yo ya la he pasado. Pero he aprendido a enfrentarme a la vida, a la vida de verdad. Porque dicen que la verdad no existe, pero de momento es verdad que nos vamos a morir. La muerte forma parte de la vida, aunque en los hospitales la escondemos como si no existiera y hablamos de exitus para contar que se nos ha muerto un enfermo. Sin embargo, no hay otra profesión en la que se viva día a día la incertidumbre como la vivimos los médicos, y la inseguridad de no saber curar a un enfermo. Conocer nuestros límites nos angustia, porque nos educan para ser omnipotentes.

Sin embargo, una vez que conoces los límites puedes soltar los brazos. Si nosotros no soltamos los brazos, los padres no los van a soltar, pero esto no significa rendirse.

 

Significa aceptar.

 

Así es. Y en el aceptar hay mucha esperanza. A partir de aceptar puede reconstruirse toda una vida. Por supuesto que nos revolvemos y nos frustramos, porque las tormentas están ahí, pero tú estás centrado. Me gusta contar la historia de una médica del hospital que hace submarinismo, y  buceando en el fondo del mar en Indonesia, no se enteró del tsunami. Es un buen ejemplo de cómo puede haber un estado de paz dentro de ti aunque estés rodeado de tormentas.

Hay entre las voluntarias del hospital, una madre que perdió a su hija de un tumor cerebral y es una persona que irradia paz. Los padres que no conocen su historia le dicen: “bueno, pero tú no sabes lo que es el sufrimiento”. Ella sonríe y no dice nada. Pero cuando se enteran ven en ella un motivo de esperanza, esperanza en encontrar también algún día paz en el alma.

 

Encontrar la paradoja de la esperanza: que tu sufrimiento sea tu fuerza

 
Y sobre todo encontrar todo el amor que hay en medio del dolor. Algún día escribiré un libro que se llame “Sólo el amor podría llamar a una tortuga Veloz”. Y es que tuvimos aquí a un niño al que le regalaron una tortuga la misma mañana del día en que murió, y cuando le preguntaron cómo se iba a llamar la tortuga, él que casi no podía hablar dijo con un hilillo de voz: Veloz. Un sabio y un entendido la habrían llamando Tenaz o Tesón. Sólo el amor y la esperanza podrían llamar a una tortuga Veloz. Un niño ve cosas que nosotros no vemos, y habla del amor que vive. Yo sólo puedo hablar de estas experiencias que tengo la suerte de ver a diario.

 
Si escribieras un libro, tendría que llamarse “Esto es Vida”.

 
Una vez le mandé un SMS a un cura y le decía “¡Dios Existe!”, y él, desconcertado, me contestó: “¿Perdón?” Le respondí: “Ahora sé que si lo ves en la gente, y lo ves con las gafas de los niños, lo ves”.

Una vez viví una situación en este mismo despacho, de unos padres que no paraban de pelearse, porque el matrimonio es muy difícil, muy complicado, y su niña estaba aquí dándonos a todos una lección de vida impresionante, desahuciada desde hacía ocho meses por otro hospital, y nos miraba con unos ojos limpios, impresionantes. Y los padres estaban aquí delante de ella, a bofetadas. Miré a la niña, miré a los padres, y no pude resistir decirles: “la verdad, si yo fuera ella y os viera así, haría ya tiempo que me habría marchado. Si esta niña está aquí es para algo”.

Descubrir el sentido de la vida, como se hace aquí, te hace comprender lo poco que importa que se rompa la lavadora. Te hace comprender que lo único que importa en la vida es el amor y la esperanza que nos trae.

 
Hemos hablado de la esperanza de cada día, de la gran Esperanza sobre la que se edifica la vida, de la esperanza hecha de confiar en los demás, incluso de la esperanza en cambiar y mejorar la sociedad. Hemos dicho que deriva del amor y de la confianza… Es casi un tratado, El Principio Esperanza, no se puede pedir más.

 

La esperanza te mueve porque te mueve el amor. No hay amor sin esperanza porque sólo así pueden las cosas cambiar, mejorar, durar. Y dentro de ella hay mucha generosidad. Para la vida, la esperanza es una hermana mayor. Tienes que llenarte de ella porque sólo puedes dar a los demás lo que tú tengas.

 

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La esperanza es una actitud empoderante ante la vida. Con Blanca la hemos visto desde su lado más intenso pero sirve para las rutinas de cada día. Se puede transmitir a los hijos una actitud esperanzada, optimista, si establecemos los cimientos en la confianza y en el amor, de los que nace. Confianza para hablar de todo y escucharles todo, confianza en que vamos a ser siempre veraces con ellos y confianza en sus propias capacidades. Amor para educarles bien.

 

La esperanza sustenta también el diseño de un proyecto de vida, con objetivos para los que se deban poner en juego las capacidades. Una vez más vemos a los valores conectados entre sí, como en una red. Fortalecer un valor  empoderante es apuntalar todos los demás.

 

Los hombres morimos, pero no hemos nacido para la muerte sino para estar permanentemente comenzando. En lo cotidiano, o después de un vuelco inesperado; después de una caída o de un éxito, tenemos la certeza de este continuo comienzo. Esa es la esperanza.

 

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APUNTES

 

Blanca López Ibor es Licenciada en Medicina y Cirugía, y Especialista en Pediatría por la Universidad Complutense de Madrid, y Especialista en Hematología y Oncología Pediátrica por la Universidad de Maryland (USA).

Es también Doctora en Medicina por la Universidad de Barcelona, Doctora en Bioética por la Cátedra de la UNESCO y Máster en Filosofía.

 

Ha obtenido un número considerable de becas y premios, ha publicado decenas de libros y artículos sobre oncología pediátrica y es miembro de las más prestigiosas asociaciones profesionales españolas y americanas en el campo de la oncología pediátrica, como la American Society of Pediatric Hematology and Oncology, la International Society of Pediatric Oncology, la  Sociedad Española de Oncología Pediátrica  y la American Academy of Sciences.

 

Comenzó su actividad profesional  en 1986 como médico adjunto de la SS en el Hospital del Niño Jesus de Madrid, en Oncología Pediátrica. En 1988, pasó a desempeñar el puesto de responsable de la Hematología y Oncología Pediátrica en el Hospital General de Cataluña, y desde 1994 es responsable de la misma especialidad en el Centro Médico La Zarzuela.

Desde 1999 hasta 2006 fue jefe de la Unidad de Hematología-Oncología Pediátrica del Hospital de San Rafael, y en la actualidad desempeña el mismo cargo en el Hospital de Madrid- Montepríncipe.

Ha sido profesora de genética molecular en la Universidad de Barcelona y del Máster en Medicina de Urgencia en la Universidad Complutense de Madrid.

Desde 2000 hasta 2004 fue Presidenta de la Junta Provincial de Madrid de la Asociación Española contra el Cáncer y ha colaborado con el Ministerio de Sanidad en la redacción del Plan Nacional del Cáncer (2004-2006)

 

jueves, 6 de febrero de 2014

OPOSICIONES


 
Desde que el Estado señaló la cifra del 10% como tasa de reposición de efectivos docentes, la oferta de empleo público ha bajado hasta mínimos que ya, en muchas comunidades autónomas, equivalen a la desaparición. No se convocan apenas oposiciones a los Cuerpos Docentes, es un hecho.
El mecanismo es perverso: el Gobierno, con una ligereza inusitada y una falta de visión de futuro preocupante, no permite reponer nada más que una de cada diez vacantes del profesorado producidas por las jubilaciones, los traslados o los abandonos. Este 10% de la tasa de reposición es un porcentaje tan exiguo que no puede cubrir las necesidades mínimas del sistema educativo: ajustar las plantillas, renovar los efectivos y cubrir las vacantes. La mayoría de las comunidades autónomas afirman que para eso, nada y acumulan las plazas en una hipotética “buena oferta” posterior que permanece hasta ahora en el ámbito de los deseos.
Mientras tanto, la realidad de los centros y la legislación vigente obliga a cubrir las otras nueve vacantes, por supuesto, y el sistema se satura de profesorado interino, un colectivo necesario en su medida justa pero, no lo olvidemos, vulnerable y en situación de precariedad laboral, cuya legítima aspiración es consolidar su empleo y por eso se acercó a la función pública.
Desde que no se convoca suficiente oferta de empleo público docente, en comunidades autónomas como Extremadura, por ejemplo, se ha duplicado la tasa de interinidad. En Cantabria hay centros educativos en los que cada año toda la plantilla es completamente nueva y algún profesor me ha llegado a decir: “el primer día no sabemos ni siquiera dónde se encienden las luces.” ¿Es compatible esta situación con la promulgación y desarrollo de una ley que lleva en su título las palabras “mejora de la calidad”? Cuando las palabras “calidad educativa” llenan la boca de los responsables políticos y los titulares de prensa, hay que decir alto y claro que sin una amplia oferta de empleo público docente no hay calidad educativa posible.

Ante el hecho de que no se están convocando oposiciones en muchas comunidades autónomas, conviene hacerse algunas preguntas: ¿Supone esto un ahorro para la administración en momentos de obligado control del gasto público? No. Siguiendo la Directiva 1999/70/CE relativa al Acuerdo Marco sobre trabajo de duración determinada, los funcionarios interinos tienen que percibir las mismas retribuciones (sueldo, trienios, sexenios, complementos…) que los funcionarios de carrera y las plazas de docencia directa se tienen que cubrir para atender la demanda educativa. No hay diferencias económicas entre convocar y ejecutar oferta de empleo o seguir con interinos. Lo que hay es más empleos precarios y menos derechos, sencillamente.

Otra pregunta: ¿Merece la pena convocar oposiciones cuando se pueden ofertar tan pocas plazas? Claro que sí, aunque me consta que los representantes del profesorado a veces caemos en el error de firmar la no convocatoria. En primer lugar porque las personas que accedan a la función pública, sean las que sean, lograrán consolidar su empleo en momentos tan difíciles como estos; en segundo lugar porque no es de recibo que las administraciones autonómicas, a las que le viene de perlas ahorrarse los problemas técnicos de cada convocatoria, ignoren directrices de Estado ante el silencio de un Ministerio poco capaz de liderar y coordinar el marco de su responsabilidad. Tampoco es razonable la excusa de que se desordenan las listas de interinos porque, aunque haya que comprender las distintas situaciones del colectivo, lo que se está jugando el profesorado interino es nada menos que formar parte de la función pública, una aspiración a la que tiene derecho.
Voces interesadas parecen alertar a los interinos de los riesgos de convocar pocas plazas y les animan a aplaudir la falta de convocatoria sin hacerles comprender que prolongar su situación de precariedad es algo parecido a lo que suele llamarse “pan para hoy y hambre para mañana”. El profesorado interino debe estar informado de la auténtica verdad: se está fragilizando el empleo docente a sus expensas. Los interinos nunca podrán desaparecer porque siempre serán necesarias las sustituciones, pero debe ser un colectivo cuyo número se ciña a proporciones razonables para que la mayoría de las plantillas docentes estén ocupadas por miembros de la función pública. ¿Qué proyecto educativo, qué sentimiento de pertenencia a un claustro puede desarrollar quien cada nuevo curso cambia de destino? Y por otro lado, ¿qué garantías de permanencia tienen hoy los interinos?

Hay otra pregunta más, destinada al Ministerio de Educación y a las Consejerías: ¿Por qué no se puede gestionar la educación con sentido común? Es imprescindible que la oferta de empleo público docente reponga todas las plazas vacantes después de ajustar las plantillas y sacar todas las plazas a concurso de traslados. Es necesario abrir una horquilla de máximos y mínimos para la tasa de reposición que permita a las comunidades autónomas adecuarse a sus distintas realidades. El Ministerio debe coordinar y liderar la oferta de empleo y velar porque haya oposiciones en todas las comunidades. Convertir a los docentes en un colectivo más vulnerable aún es un error que puede costar muy caro al sistema educativo.