BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



jueves, 29 de noviembre de 2012

AUTORREGULACIÓN Y ESTATUTO DOCENTE


 
 
La Asociación Nacional de Profesores de Portugal, mayoritaria en el país vecino, está trabajando desde hace tiempo en una idea sobre la cual tal vez sea interesante reflexionar aquí también. Se trata de reivindicar una autorregulación profesional para la docencia.

Los profesores españoles y portugueses compartimos en estos momentos una situación de crisis en la cual no parece tener cabida nuestra identidad profesional. Desde que comenzaron los recortes, nos vemos a nosotros mismos, y somos vistos por la sociedad, como funcionarios, un concepto general en el que caben más de un centenar de especialidades. De esta manera se ignoran nuestras particularidades y se nos desprofesionaliza. La labor docente se diluye en el marco general de los ajustes del gasto público, y así se evita que los ciudadanos reflexionen sobre qué sucede en realidad cada vez que se echa a la calle a un maestro.

Cuando se habla de nuestro futuro y se plantean reformas educativas, se proyecta la tarea docente hacia un estándar técnico: a partir de ahora seremos optimizadores de resultados en los estudios internacionales, rentabilizadores del capital humano y no del capital de los humanos – los valores, el conocimiento y la cultura-. De manera artificial, los profesores nos separamos de la educación para centrarnos en la economía, que es simplemente una más de las actividades humanas para las cuales pone las bases la educación.

Por si faltaban ingredientes, nuestras escuelas están pasando a ser cementerios de reformas, como dicen los portugueses con humor algo macabro. La sucesión de leyes contradictorias trata al profesor como un mero objeto ejecutor, y no como un sujeto con responsabilidad que debe acompañar la biografía escolar de sus alumnos desde la coherencia.

En este contexto parece más necesario que nunca defender el estatus profesional del docente, la verdadera naturaleza de su trabajo, que es una combinación equilibrada de autonomía profesional y responsabilidad pública. Los docentes merecemos ese rasgo de confianza por unas cuantas razones. Entre otras:

Porque la autonomía en el ejercicio y la responsabilidad son consustanciales al desempeño de la docencia.

Porque el control burocratizado hasta el menor detalle que impone la administración educativa no está a la altura de la esencialidad, la dignidad y la trascendencia de la profesión docente.

Porque los problemas del sistema educativo que pueden achacarse a los profesores no están causados ni por la actitud ni por la aptitud de estos sino por el sistema de trabajo que se les ha impuesto desde los despachos, tan rígido, tan mediocre, con tan poco espacio para la imaginación, la creatividad, la belleza y todo el valor añadido que un profesor puede aportar a la dinámica de un aula.

Porque la vocación de servicio del profesorado es siempre, siempre, superior a su interés económico, puesto que es una profesión eminentemente social y ética.

Porque el sentimiento de desvalorización profesional hace sufrir a los docentes, los desmotiva y los desorienta. Y llenar las aulas de docentes a los que duele su tarea es un derroche que ningún país que se respete a sí mismo puede consentir.

Porque la tarea de los políticos no es decir si la educación es o no es económicamente rentable, sino facilitar que se puedan llevar a cabo las grandes ideas que surgen en las aulas. Por tanto deben dar un paso atrás, desregular, confiar en los docentes. Justo lo contrario de lo que hacen.

Porque son los propios responsables administrativos de la enseñanza quienes la desprecian y la minimizan, y los docentes, carentes de un estatuto propio que defina su identidad, no pueden hacer nada por evitarlo.

Porque cuando una profesión responde ante sí misma y sabe aplicarse un código deontológico gana en autoestima y en profesionalidad.

El futuro de la educación va unido indisolublemente al futuro de los profesores. Y mejorarlo requiere que los poderes públicos establezcan unas líneas maestras sencillas, un Estatuto que enmarque la profesión docente, que señale derechos y deberes, y vías de desarrollo profesional, pero dentro del cual los profesores puedan respirar, crear, crecer y por supuesto responder, ante la sociedad, de su compromiso con el servicio que prestan. Necesitamos y nos merecemos un Estatuto que preserve la identidad docente, es decir que enmarque el conjunto de valores comunes a la profesión, y no tanto que se dedique a los pormenores de una u otra especialidad. Un Estatuto profesional que nos abarque a todos, para que dejemos de establecernos como células aisladas – yo de Infantil, yo de Tecnología, yo de…- y nos sintamos miembros de una misma profesión: la docencia, nada menos. La profesión que, como dice Fernando Savater, personifica la civilización ante la sociedad.

Y para elaborar un Estatuto así hay que saber en primer lugar qué opinan los propios docentes sobre su identidad, sobre la ética de su profesión, sobre las exigencias que conlleva y sobre sus propias expectativas. En diez palabras y para terminar: el Estatuto Docente deberán elaborarlo los docentes, no los despachos.

lunes, 19 de noviembre de 2012

DÍA UNIVERSAL DE LA INFANCIA



Foto: Manos Unidas.



Mañana, 20 de noviembre, se conmemora el Día Universal de la Infancia en un mundo en el que millones de niños ven vulnerados sus derechos cada día.

  • 67 millones de niños y niñas no van a la escuela
  • Unos 200 millones de niños tienen que trabajar para sobrevivir
  • Más de cien millones de menores trabajan en régimen de semiesclavitud y son explotados y abusados por sus “dueños”
  • Unas 70.000 niñas de entre 15 y 19 años se ven forzadas a casarse a edades tempranas
  • Cada día mueren el mundo 19.000 niños por causas que se podrían evitar.




miércoles, 14 de noviembre de 2012

LA CRISIS


 

Nos ha tocado vivir en el capitalismo, menos mal, decían. No hay problemas ni malas perspectivas, decían. El capitalismo se caracteriza por sus crisis y siempre sale de ellas más fuerte. Las cosas sólo pueden ir a más y mejor. Es el momento del segundo coche, la segunda vivienda, el único hijo, para inundarle de todo. Eso decían. Nos lo creímos.

Pero esta crisis no es como las otras, no pasará sin más. Aún no conocemos sus dimensiones ni podemos prever sus repercusiones sobre la sociedad, la política, sobre las migraciones humanas, el terrorismo… Algo grave está pasando. Si paras un momento quieto puedes oír cómo sopla en nuestros oídos el viento de la historia.

Vivimos en un sistema irracional. Nosotros, la gente de a pie, lo intuimos ya cuando empezamos a ver hace algunos años la sangría humana desbordándose en pateras hacia el mar.

Nos dijeron que la globalización era la solución a todos los problemas pero era, sencillamente, la cara más descarnada del capitalismo. Ha servido para ahondar en la circulación del dinero y no del trabajo, en la superioridad del mercado sobre los Estados, en la suplantación del interés social por el beneficio económico, en la privatización de los servicios públicos... Bueno, y qué le importa eso a quien vive de ella. Todavía me retumban en los oídos las declaraciones de ese empresario que, después de dejar tiradas a miles de personas sin un viaje que habían pagado, afirmó que él nunca hubiera comprado billetes de su propia compañía aérea. Y no ha pasó nada.

La globalización jugó con nosotros. Consiguió ahondar las diferencias económicas entre los pueblos y convertirnos en hiperconsumidores a todos, incluyendo a los excluidos del consumo. Cuando uno, desde su aldea, puede comparar su modo de vida con el que muestran los medios de comunicación, la pobreza deja de ser una condición humana que superar para convertirse en una humillación profunda por la que clamar venganza. En ese nido nace la violencia.

Los que vivimos al otro lado, hemos consumido sin parar, indiferentes a lo que hacíamos con la Tierra, con la infancia, con la gente joven. Hoy describimos nuestro mundo como el imperio de la comunicación, pero escondemos su cara oculta: la homogeneidad cultural, la prevalencia de lo económico sobre las ideas y los sentimientos.

El mundo tiene que cambiar. Porque lo quiere cada uno de nosotros, no porque lo diga el G7 o el G20. Por desgracia, la crisis de la economía viene acompañada de una gravísima crisis de confianza en los políticos. ¿Por qué? Porque la política se ha convertido en un club privado donde se juega con los papeles asignados, y a nadie se le ocurre ya idear proyectos. Toda la historia de la democracia occidental se ha basado en un“pacto social” no escrito que permitía a los más ricos seguirlo siendo, siempre que contribuyeran con su riqueza al funcionamiento de la sociedad. El pacto se ha roto cuando la política ha permitido que los ricos no paguen impuestos ni tengan responsabilidades. La amenaza del futuro es el totalitarismo que sigue a la desaparición de las clases medias, el caos, la violencia del terrorismo fanático y la despersonalización del consumo de drogas, donde miles de seres humanos quieren encontrar un remedio para la angustia.

¿Quién da cuenta por tantos derroches e insensateces? Una decisión política, un voto, no es una carta blanca. Todo lo que es legal no es por eso mismo siempre válido ni bueno. Progreso no implica repunte económico solamente; más solidaridad, mejor comunicación, más participación política, es progreso también.

Pienso como Hannah Arendt: El poder sólo es realidad donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se usan para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades.

El año pasado pensaba que nuestra voluntad es el viento de la historia, y nos engañaba quien nos hizo creer que somos la veleta. Ahora ya no estoy tan segura.

 


lunes, 12 de noviembre de 2012

VANIDAD DE VANIDADES





Los españoles estamos siempre atascados en la pequeña vanidad de lo excluyente. Cada día nos acompañan los mismos mensajes: o conmigo o contra mí;  a mi manera o a la tuya; hago lo que me da la gana. La última moda es: si no vienes bajo mis siglas, estás a favor de los recortes. Dos mil quinientos años de lógica para esto. En fin. Parece que no somos capaces de conjugar la primera persona del plural en los verbos, y por eso en muchas cosas importantes actuamos como un país griposo y corto de vista. No vemos a los demás y nos ponemos unos a otros en cuarentena.

Esta vanidad de lo excluyente impregna a la educación. Lamentablemente, el anteproyecto de la LOMCE, al menos en el último texto conocido por la comunidad educativa, posee una buena dosis.

Se ha presentado como una gran reforma cuando es una modificación de desigual calado en determinados artículos de la Ley Orgánica de Educación vigente. En la mayoría de las ocasiones, los cambios sirven para empeorarla, algo meritorio por lo difícil. Ni es la reforma sustancial que se proclama, ni contiene medidas efectivas contra el fracaso y abandono escolar.

Se presenta como una gran oportunidad para todo el alumnado pero no comprende el sentido de la enseñanza pública. Responde a algunas necesidades del sistema educativo, pero no tendrá calado si no considera a la educación como un todo, cuyos protagonistas deben ser el profesorado, los alumnos y las familias, nunca los administradores ni los ideólogos.

El anteproyecto es vanidoso porque ignora la realidad. Insiste en que no se necesita dinero para la calidad e ignora los recortes que sufre el sistema educativo. Por eso propone medidas de atención al alumnado que, de llevarse a cabo, implicarán necesariamente el aumento de efectivos docentes y de financiación, y la disminución de las ratios. La calidad se paga, como sin duda ya saben los redactores de un texto impregnado de economicismo pero sin memoria económica.

Y es que el marco teórico de la reforma es una visión economicista de la educación, basada en la competitividad como factor de calidad, con exceso de pragmatismo y falta de personalismo, que considera a los resultados como indicador único, como si se hablara de un balance de ventas, sin tener en cuenta el progreso personal del alumnado aunque se mencione en varios artículos.

El anteproyecto es vanidoso porque presume de viajero. El propio Ministerio ha reconocido que muchas propuestas están tomadas de sistemas educativos europeos. Es un reconocimiento implícito de que se ha elaborado a base de ideas aisladas y no se ha mirado, sin embargo, qué funciona bien aquí y por qué. Sin embargo, para mejorar el sistema educativo español es mucho más útil una buena experiencia en Logroño que en Helsinki.

Además prolonga la desconfianza política en el profesorado. Ni siquiera contempla que las evaluaciones sean realizadas por docentes. Modifica una vez más las condiciones laborales e ignora importantes especialidades docentes cuyos profesores ven mermado su horario lectivo y el peso de sus materias.

Como reproduce iniciativas de países que no cuentan con una red de enseñanza pública, dota a los directores de los centros de atribuciones que sobrepasan las requeridas para mejorar la oferta educativa de sus centros. El director se convierte en un gestor de personal con un sesgo empresarial. Si es cierta la próxima presentación de un borrador de Estatuto Docente, estas cuestiones profesionales deben tratarse allí. La política del profesorado debe ser paralela y simultánea con la reforma, no posterior a ella.

La Lomce debe negociarse en los foros legítimamente constituidos como representación del profesorado. Debe contarse también con la voz de profesores expertos, reconocidos por todos, que los hay. El Ministerio no puede considerar como únicos interlocutores a los ciudadanos que hacen llegar sus propuestas por medios electrónicos. Eso es participación ciudadana pero no es diálogo ni negociación.

Contra nuestra innata vanidad, deberíamos encontrar paciencia para elaborar una ley serena, con vocación de futuro y de perdurabilidad, que escuche las propuestas de la comunidad educativa, que no se elabore una vez más de espaldas al profesorado.

Contra la vanidad de despreciar todo lo de aquí, podíamos dar juego a descubrir lo que funciona y por qué, en Castilla y León, en Navarra, en La Rioja, en Galicia… Medidas que favorecen el éxito de los alumnos sin vías muertas, sin caminos de no retorno, con flexibilidad verdadera.

Contra la vanidad de despreciar la enseñanza pública, hace falta una apuesta por lo que sirve para todos y garantiza la igualdad de oportunidades, por lo que construye sociedad. Y la enseñanza pública no puede gestionarse con criterios empresariales sino, inevitablemente, con criterios sociales.

Contra la vanidad de creer que a menos dinero, más calidad, merecemos una dotación económica sin crisis pero con sentido común. La premisa de que el número de profesores y la financiación de programas educativos no influye en los resultados es falsa por principio, y sin embargo sustenta el anteproyecto.

Contra la vanidad de creer que uno lo hace todo bien, hace falta un documento sin contradicciones palpables, holístico, sabio en vez de atolondrado. Una verdadera reforma del sistema educativo y no la ley que ahora toca.

Porque mientras sigamos actuando como hasta ahora, las reformas se sucederán ante la indiferencia de la comunidad educativa. Y este anteproyecto de la Lomce se verá superado por los de la Domce y la Tremce, como dice brillantemente un profesor cacereño al que desde aquí agradezco el juego de palabras.