BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



jueves, 29 de marzo de 2012

SECUNDAR UNA HUELGA GENERAL


Un profesor me escribe para decirme que no entiende cómo el sindicato ANPE no ha secundado la huelga general y me dice que resulta difícil creer que quien toma esa decisión no está a las órdenes del Gobierno.


Su mensaje me ayuda a reflexionar. ¿Debe un sindicato secundar una huelga convocada por otros solamente para justificar que es un sindicato? 


¿Y el único motivo para no secundarla es obligatoriamente la aprobación de las políticas del Gobierno?

Desde el más absoluto respeto a quienes no lo crean así, en ANPE creemos que la huelga general, una herramienta sindical y social extrema, no debe usarse con ligereza.

De hecho, ANPE tampoco convocó ni secundó la huelga general convocada el pasado mes de septiembre contra el Gobierno del PSOE y sí hemos convocado y secundado las huelgas del profesorado contra los recortes educativos en Madrid, Castilla- La Mancha y la Comunidad Valenciana, contra gobiernos del PP.

Compartimos la preocupación de todos los ciudadanos por los efectos de la reforma laboral y sabemos que nos afecta a todos, pero nos hubiera parecido mejor - como actitud sindical más coherente y que hubiéramos podido ratificar- proponer un plazo al Gobierno para demostrar que estas medidas crean empleo y que el control del déficit va a incidir sobre la enorme cantidad de gastos superfluos y duplicidad de administraciones, incluyendo – claro que sí- las subvenciones a los sindicatos y a los partidos políticos. Si en nueve meses –o el plazo que se decidiera- no se hubiesen visto los resultados positivos de estas medidas, todos los ciudadanos podríamos y deberíamos paralizar el país.

Pero tal como están las cosas, tenemos serias dudas de que esta huelga general no incluya el mantenimiento de un statu quo para las centrales sindicales,de que sea un aviso y no una respuesta.

Para nosotros no ha sido fácil tomar esta decisión y desde la sede central de ANPE hemos consultado a todas las comunidades autónomas y a los profesores. El seguimiento de la huelga en la enseñanza nos ayuda a creer que no nos hemos equivocado y que hemos sabido entender lo que desea el profesorado.
Como toda organización humana, en ANPE hay personas de distintas opiniones y creencias. Entre nosotros debe de haber muchos votantes del PP, claro que sí, pero también los hay del PSOE, de UPyD y de otros partidos. ¿Y qué? Es cómodo pensar que todos los sindicatos son dependientes de los partidos porque los dos más famosos lo son. También es cómodo para los partidos pensar en términos de "sindicato afín" pero esto pervierte la democracia.

La independencia de ANPE es real. No se trata solamente de que yo crea en ella, es que he llegado a la vicepresidencia de esta organización y nunca me ha preguntado nadie a quién voto en las elecciones. Esta particularidad no les parece relevante mientras yo acepte trabajar por y para los profesores. Sé de esta independencia porque en estos años he tenido la oportunidad de decirles a los ministros Cabrera, Gabilondo y Wert las mismas cosas.

Pero por supuesto la independencia no es un absoluto sino una meta por la que trabajar, rechazando toda tentación de perderla. Y en el camino se cometerán siempre errores.

Mañana llegan los nuevos presupuestos generales y tal vez tengamos muchos motivos de protesta. 

Nos oirán.










viernes, 23 de marzo de 2012

PARA UNA MUCHACHA QUE QUIERE SER PROFESORA



El sistema social establecido, tal como lo hemos conocido hasta ahora quienes nacimos después de la Segunda Guerra Mundial, se está desmoronando estruendosamente. El Estado del bienestar, que creímos nuestra gran conquista del periodo entre siglos, ha caído también y nos salpica las manos y la cara como el flujo de una gigantesca cloaca.

Me parece cada vez más fácil dejarse llevar por el pesimismo y tal vez por la desesperanza. No son la misma cosa: el pesimista espera que sucedan cosas malas, el desesperanzado ha perdido el interés por lo que pueda suceder. Ninguna de las dos actitudes es propia de la educación, que es, por definición, optimismo y esperanza.

Así que me agarro hoy, como si fuera una viga del alma, a una muchacha de veinte años, brillante y joven, que ha terminado una licenciatura de Humanidades y quiere ser profesora. Por eso desecho todo análisis de la actualidad y escribo esta reflexión para ella. Va por ti, que tienes la vida por delante.

Escribe Galdós que la docencia es la pasión por compartir el conocimiento y que necesita una buena dosis de amor propio. Siempre acierta este gran maestro. Podríamos usar su definición a la manera moderna como si fueran etiquetas de Internet y ya no haría falta explicar nada más sobre la vocación docente: pasión, compartir, conocimiento, amor, propio.

La vocación docente no comienza para todos con tu privilegiada certeza.  También se desvela a lo largo de la formación, como un descubrimiento que va transformando el interés genérico por la infancia en pasión por la relación educativa.  Pero ambas vías comparten un sustrato esencial: las características personales y los valores de quien se acerca voluntariamente a la docencia. Y además confluyen en una manera determinada de ser, porque el magisterio imprime carácter. Es esta una expresión de la ética clásica en la cual “carácter” se dice êthos y tiene la connotación de una meta que se alcanza a lo largo del viaje de la vida.

Hay una primera certeza en la vocación docente que es el amor a los niños y jóvenes. Solamente puede darse en personas que estén interesadas por las personas. Y que, de entre todo el panorama de lo humano, sepan apreciar la profunda belleza de quien se está abriendo al mundo.

Pero hay también una segunda clave en la dosis justa de amor propio. Educar es comprender y hacerse comprender, respetar y hacerse respetar. Y sentirse depositario de autoridad. De hecho, la vocación docente implica no tener miedo a la certeza de que uno va a tener autoridad sobre alguien y estará obligado a hacer buen uso de ella.

La autoridad es una cualidad personal, que se adquiere con un notable esfuerzo y convierte a quien la posee en un referente. Para un profesor, está basada en la confianza, el respeto y la credibilidad; implica ganársela con decisiones justas y ejercerla con razones. Por eso la vocación docente solo puede darse en personas con una determinada manera de ser, de trabajar y de tratar a los demás.

Pero la autoridad es también un elemento básico del proceso educativo. No tengas miedo a la autoridad del profesor porque lo es. La educación no es simplemente espontánea, pone una barrera entre el pensamiento y la acción, necesaria para vivir entre los demás. El maestro fuerza la naturaleza del niño para perfeccionarla porque transmite el modo de empleo de la vida. Por eso quien tenga vocación docente no podrá ser una persona banal sino seria. Alegre y seria.

Una tercera clave habla de compartir. La primera impresión puede hacernos creer que lo que un maestro comparte con sus alumnos es el conocimiento, pero no es tan sencillo. El escenario profundo de la relación educativa  no está basado simplemente en añadir al sustrato original de un niño un elemento trascendente como la cultura. Hay un diálogo durante el cual el maestro comparte con el alumno sus conocimientos – claro está- pero también sus convicciones, sus expectativas, su certeza de que el destino está en sus manos, su voluntad, su percepción de la sociedad en actualidad y en proyecto, su visión del mundo y del papel que el ser humano juega en él. En realidad, comparte sus valores, por eso el diálogo se desenvuelve en la más compleja riqueza de lo humano.

Ambos comparten también un camino. El ser de un niño y su proyecto son lo mismo; el ser de un maestro y su ética son lo mismo. La prescripción escondida en el destino de ambos es la búsqueda, y los dos buscan mientras avanzan.

Por si todo esto fuera poco, quien tenga vocación docente debe ser optimista y, por tanto, poseer bastante apertura de miras y algo de sentido del humor, que es el primer garante de la serenidad en los seres humanos. Dicen que un optimista no ve el mundo tal como es sino tal como debería ser. Buena definición para la palabra “educar”, sin duda.

Vas a acercarte a una profesión esencial. Serás profesora y esto es mucho más que trabajar en la enseñanza.

Mucha suerte. Gracias por devolverme la esperanza.

Este artículo está publicado en el periódico Escuela.


domingo, 11 de marzo de 2012

El precio de la libertad.



Creo que es importante distinguir entre la libertad de las sociedades democráticas, en las que se respetan los derechos humanos, y la libertad esencial de los individuos.

El sistema político y social en el que tenemos el privilegio de vivir nos permite ejercitar derechos y nos obliga a establecer límites – deberes- porque constituye un marco de convivencia. Democracia no es que votemos todos, eso pasa en muchas dictaduras, sino que seamos iguales ante la ley. Es un tesoro que está ahora en peligro por la tiranía del dinero, y tenemos que protegerlo y defenderlo.



Pero la libertad esencial de cada persona no es el sistema político. Muchas veces, confundiendo los dos niveles, consideramos la libertad como una acción determinada, e incluso como el resultado de una acción. De hecho, la libertad absoluta de acción es el paradigma de lo que se entiende hoy por libertad personal: hacer lo que te dé la gana. En casos extremos, y a veces para gente muy joven, el precio de esa “libertad” es la muerte.

Pero la verdadera libertad no consiste en hacer cosas sino en poder hacerlas. Consiste en decidir, en arriesgar y, sobre todo, en optar por un camino y no por otro, con todas las consecuencias que eso conlleve. Me parece que el verdadero precio de la libertad  es lo que el filósofo Kierkegaard denominaba “la angustia de la libertad”: elegir y rechazar, acertar y errar.

Y me parece que el precio de la libertad es la angustia de decidir, de estar decidiendo siempre, a todas horas, constantemente. Por eso la libertad forma parte de la esencia del hombre, por eso hay margen para sentirse libre en un cautiverio.

 El año pasado falleció Steve Jobs, el fundador de Apple, tal vez el hombre más influyente de nuestra época, que creó lo que hoy llamamos “sociedad de la comunicación”.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención sobre su vida es que fue abandonado por sus padres biológicos siendo recién nacido, y creció adoptado por una familia que le dio su apellido. Así que Steve Jobs era un hijo de la libertad. Nació porque su madre, demasiado joven, atada a la cadena de la marginación, prisionera de la pobreza, era a pesar de todo libre para elegir y, con todo en contra, decidió no abortar, alumbrar a ese pequeño, apostar por su destino. Estoy segura de que ella pagó el precio de la angustia que acompaña a la libertad humana, pero no se equivocó porque eligió la vida. Y su hijo llegó a convertirse en una de las grandes figuras de nuestro tiempo. 

He leído en la prensa que el lema vital de Jobs era: “antes de hacer algo me pregunto, ¿lo haría si hoy fuese el último día de mi vida?”.

Al principio, no entendí bien la frase. Pensando en la dureza del trabajo y en la necesidad de la supervivencia, creía que era la típica pose de multimillonario que puede escoger lo que hace un lunes cualquiera. Pero luego me he dado cuenta de que este pensamiento esconde un enorme potencial ético. Porque, si este fuese el último día de nuestra vida, ¿cómo nos comportaríamos con nuestros seres queridos? ¿Seríamos capaces de hacerle daño a alguien, de mentir, de ofender, de despreciar?

La respuesta que cada uno de nosotros demos a esa pregunta de Steve Jobs es el precio de la libertad. Precisamente.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Cartas desde el desierto para el Día de la Mujer




He recibido una carta desde el desierto. Es de un joven viajera y habla de la inmensidad del terreno, del calor y del viento, de la belleza de las estrellas en el cielo nocturno.

He recibido una carta desde el desierto. Me la envía Aissa, una joven saharaui de trece años. En ella me cuenta que pasa hambre y sed en el campamento de refugiados. Me dice textualmente: “Quiero ser moderna. Enfermera y moderna.  Pero aquí no se puede llevar otra cosa que la melfa. Yo estoy en contra de la poligamia, mi padre se fue con una niña de mi edad porque mi madre ya no podía darle más hijos. Es beduino y no le vemos. En vuestro país tendría que pagarnos por abandonarnos. Aquí nada.

He recibido una carta desde el desierto. La ha escrito una mujer que durante quince  años ha confundido el amor con el silencio. En ella me confiesa una grave crisis de autoestima, de confianza y de reposo, que la tiene desalentada y triste, confusa, maltratada.

 He recibido una carta desde el desierto. Me la manda una mujer que se levanta y se acuesta sola, ríe y llora sola, come y duerme sola y ella sola se abraza cuando siente miedo.

He recibido una carta desde el desierto. La firma una madre de familia y tiene estructura de currículum vitae. En ella se enumeran veintitrés cursos de formación y una buena experiencia laboral, pero los márgenes están sobados de tanto enviar copias a todas partes, y huele un poco a sal de lágrimas.

He recibido una carta desde el desierto. Es de Antoine de Saint Exupéry y en ella dice:

 “Lo bello del desierto es que en cualquier lugar esconde un pozo.”

¿Es verdad esto? Yo creo que sí. Hay un manantial escondido y brotará a la hora menos pensada. En todos los desiertos.


jueves, 1 de marzo de 2012

Viaje al centro de la Tierra

Nuestro tiempo es incansable en hacer que cada mínima cosa lo signifique todo. Valga este diagnóstico de Sören Kierkegaard sobre la sociedad europea de 1844 como predicción de la nuestra.


A diario nos machacan miles de cosas mínimas desde los titulares de los periódicos y las cabeceras de los telediarios. Y cuando las vemos ahí colocadas es difícil darse cuenta de que no significan nada. Hay tantas ocasiones en que otorgamos protagonismo a situaciones absurdas que podríamos llamar a mucha de la información que recibimos sobre lo que pasa en el mundo “el maximalismo de lo mínimo”. Es un libertinaje informativo que se ha disfrazado como libertad de expresión y no tiene nada que ver con ella. Nos hace mucho daño pero, bueno, ahí está cada día, impertérrito, consciente de que toleramos su presencia.


Para mí una de las peores manifestaciones de esta tendencia es la difusión impúdica de la intimidad, que se produce unas veces de manera voluntaria – pagada incluso- y en otras sin conocimiento ni autorización de la persona a la que se va a poner en una picota.


Estoy segura de que recuerdan la noticia de un famoso diseñador de moda, un semidiós contemporáneo, que el año pasado fue condenado a prisión y despedido fulminantemente de la gran firma para la que trabajaba porque, bebido y solo en un bar, hizo una declaración filonazi e insultó gravemente a unas personas que estaban allí, las mismas que lo filmaron con su cámara de móvil. Su imagen de alcohólico solitario que dice burradas, repetida millones de veces en las pantallas de todo el mundo, lo condenó al ostracismo en esta sociedad hipócrita que rellena las arcas con los impuestos del alcohol y margina a los borrachos.


A mí me impresionó profundamente esta historia. No porque me parecieran justas las declaraciones de aquel diseñador, que eran vergonzosas, sino por la agresión brutal que suponen esas filmaciones de cámara oculta. Mucho más grave que un exabrupto verbal, por repugnante que sea, me parece la posibilidad – aplaudida y jaleada- de que cualquier desconocido, con un teléfono móvil, pueda convertirte en protagonista del noticiario porque te caíste en una boda, porque estornudaste en un concierto o porque eres un pobre hombre – famoso y millonario- que tiene que ir al bar de su barrio a beber hasta perder la conciencia de sí mismo. Los propios gobernantes nos animan hoy a la delación, a la filmación del vecino. Es como si nos hubiéramos dado la vuelta y lleváramos las entrañas al aire y la piel por dentro, sin sitio para el decoro, ni para el respeto, ni para la vergüenza.


Kierkegaard lo explica mucho mejor que yo: Un arroyo que corre suena graciosamente, pero una suma de criaturas racionales que se convierte en un murmullo sin fin y sin sentido es algo cómico.


Me da mucho miedo que nos estemos convirtiendo en un murmullo sin fin y sin sentido, frívolo y chismoso, cómico a fuerza de no querer reconocer lo trágico de esta situación.


¿Qué significa hoy lo privado? ¿Qué es la intimidad? Pues es nuestro paisaje interior, el territorio nunca completamente explorado en el que tienen lugar las mejores creaciones y funciones de lo humano: el amor, la amistad, nuestro cuerpo y sus requerimientos, la imaginación y la apertura a lo moral y a lo sagrado.


En ese lugar privado de cada una de nuestras vidas está el trono de la libertad. La libertad verdadera, claro, que no es la de hacer lo que a uno le dé la gana sino la de darse cuenta de que somos libres y tenemos que pasar toda la vida tomando decisiones. Ahí está el gran error de la sociedad contemporánea: no es más libre el vocero de su intimidad y de la de los otros sino, por el contrario, quien más las preserva. La libertad de expresión no estriba en contarlo todo sino en ser dueño de lo que uno cuenta. Y por supuesto no es mejor ciudadano el que va, móvil en ristre, buscando infractores de los usos sociales, sino quien relaciona su propia libertad con el respeto profundo y la compasión por los demás.