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lunes, 9 de enero de 2012

ESTATUTO, FORMACIÓN Y ACCESO


Una de las necesidades del sistema educativo es la mejora de la política del profesorado. Y en este marco, la formación inicial y el sistema de acceso a la función docente deben ser objeto de una profunda reflexión.

Si bien la titulación de Grado en el Magisterio es un avance, el Máster puede convertirse en una gran oportunidad perdida. Los diseños están resultando poco innovadores, condicionados en exceso, con enormes diferencias entre las ofertas de las diversas facultades. Además, los planes de estudios están, en muchos casos, distantes de las necesidades didácticas, pedagógicas y de práctica docente. Tenemos precedentes en la historia de España de planes de estudios muy serios y rigurosos, con titulaciones únicas para Primaria y Secundaria y gran relevancia de los periodos de prácticas docentes y de las evaluaciones finales, de los que podríamos tomar algunas ideas.

Y una vez definida la formación inicial, debe establecerse un nuevo sistema de acceso a la función docente. El actual está demasiado condicionado por la transitoriedad y puede resultar incluso poco objetivo. Es un modelo agotado, aunque deba prorrogarse todo el tiempo que haga falta para que se trabaje con buen tino en un nuevo modelo bien diseñado y perdurable, sin improvisaciones.

La idea de un sistema similar en algunos aspectos al MIR educativo, que se ha presentado ya con autoría directa de grandes personalidades del mundo educativo, al buscar un equilibrio entre experiencia docente y formación académica, reforzar el proceso de selección previa y contener un periodo de prácticas de duración uniforme para todo el territorio nacional, podría ser un buen sistema de futuro. Pero no puede plantearse como iniciativa única y aislada, sino que debe estar incardinado en un marco específico que establezca una carrera profesional. Este marco es el Estatuto Docente.

Porque si el desarrollo de la profesión no es suficientemente motivador, si seguimos sin definir la identidad docente, sin devolver a la enseñanza el prestigio profesional, sin conseguir incentivos económicos, no atraeremos a la enseñanza a los mejores estudiantes. No podemos negar la importancia de la vocación docente y la aptitud para desempeñar una tarea de tan gran responsabilidad como la educación, ni podemos cerrar los ojos a la realidad de que muchos jóvenes con vocación y aptitud se dedican a profesiones de ámbito económico y jurídico por la falta de prestigio profesional de la docencia.

Además, todas las reformas en la formación y selección de los docentes deben aspirar a convertirse en respuestas definitivas, no propuestas parciales sujetas al vaivén de la política educativa. Por eso no debe demorarse el Estatuto Docente.

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